Jerez íntimo

Marco A. Velo

Del Ratón Pérez a las ratas de Jerez

La ciudad ha sufrido una suerte de transustanciación. ¿Por mor de los resentidos imperativos legales de la desmemoria histérica? La respuesta es bruma, “con su rastrero fleco de hopalanda”, diría el poeta. Abyssus abyssum invocat. Todo lo que exhale cierto noble memorando católico también ha de ser excluido de la lontananza ciudadana. Si no teníamos ya bastante -¡qué hartazgo!- con la fijación versus signo político de derechas, ahora -¿esos son otros López?- también cuecen habas cuando el símbolo religioso pende del salvífico árbol de la cruz. Por un estrambote de la oxidada máquina del tiempo se ha producido estos días el efecto boomerang.

El escupitajo que se eleva -hacia arriba- en sentido muy vertical y de inmediato vuelve a su lugar de partida. ¡Laus Deo! Pues sí: de tanto perseguirse sin ton ni son, de tanta ofuscación chapucera, el invento se ha vuelto a la contra. Veréis: ha surgido un subrepticio movimiento depurador en perjuicio de la obra y la figura del padre Luis Coloma. Quien suscribe teclea con cocimiento de causa. La intentona resultó fallida a la postre. Pero se ha procurado el silenciamiento de cuanto escribiera el preclaro autor de ‘Pequeñeces’. Algo así como la (densa) cortina de humo que el primer socialismo de Felipe González expandió sobre la firma y la rúbrica -el legado ya entonces- de José María Pemán. Ahora el adoctrinamiento ha renacido más chusco y espumante. Y el objetivo ha quedado en un patinazo de abuelo y señor mío.

La universalidad y la inmortalidad del padre Coloma no sabe de paupérrimos contubernios a pitón pasado. ¡Aboguemos por el altozano -por la póstula- de su sello ad infinitum! Pero -incido- el arte del birlibirloque también a menudo campea a sus anchas -y regresa por sus fueros- a la cotidianidad de la carambola metafórica de la ciudad. Carambola metafórica, sí. Simbolista si se quiere. Determinista tal vez. Surrealista de cuando en tarde. Por su condición -y natural vocación- jesuítica, al padre Coloma han arrimado al remedo atroz del emborronamiento y cuenta nueva. A la chita callando. Pero tararí que te vi.

¿No pretendían enmudecer al autor del cuento celebérrimo del Ratón Pérez -gloria e ilusionado insomnio de tantísimos niños por primera vez desdentados-? ¿No estaban fraguando el sutil aniquilamiento del literario símbolo mundial de un novelista religioso donde los haya? Pues al malévolo plan que -iracundia de la condición humana- pretendía el derrocamiento del Ratoncito Pérez... Ha sucedido -ha brotado de las alcantarillas: castigo de Dios, castigo de Dios- una tropa -¿una hueste?- de animalillos semejantes que ahora sí que sí publicitan para mal a la ciudad. ¿Preferimos el mantenimiento incólume del roedor Pérez o esta plaga -surtidora, multiplicadora- que corretea la ciudad de su Gata a su Finisterre al tanteo, al conteo y al tonteo de todos cuantos, estupefactos, observamos este cortejo multiforme de ratas colándose de rondón en urbanizaciones de bien vivir -¡hasta la presente!- y en parques de infantil concurrencia? ¿El factor ratas es directamente proporcional al factor limpieza de la ciudad? ¿Perderán nuestros hijos -en viendo in situ la habitualidad de tamaño intrusismo- sus admiraciones por el Ratón Mickey o por Súper Ratón? ¿Olvidarán, por ende -¡eso es todo, amigos!-, súper vitaminarse y mineralizarse? ¿Menguarán los niños de Jerez -tan a expensas de las mordeduras de los bichejos- los altos grados de afecto por sus amiguitos de siempre: léanse: Jerry (de ‘Tom y Jerry’), Speedy González, Ratatouille, Minnie Mouse o Hamtaro? ¿Hemos de borrar de un plumazo de nuestra memoria colectiva -de nuestro sentimental patrimonio inmaterial- las cuatro ratitas de colores (azul, roja, amarrilla y verde) de uno de los tableros de los Juegos Reunidos Geyper? ¿Difuminar el renombre del Ratón Pérez por haber sido parido por la mano maestra de un sacerdote jesuita? Nunca máis.

Mucho tendrá que -estropajo al canto- lavarse la dignidad quien así ose intentarlo de nuevo. Y, puestos a limpiar, quizá convenga aplicar dicho verbo a las calles y copleras callejuelas sin salida de una ciudad hoy noticiable por el hecho consumado de una suciedad que, a bote pronto y a renglón seguido, espanta a todo hijo de vecino.

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