Son cinco cajas y una bolsa grande. Esperan aún en el salón antes de ser llevadas al trastero. Cuando no lo tenía, les buscaba alojamiento en la casa grande de algún familiar, pero siempre estuvieron ahí: el árbol de Navidad con sus adornos, las guirnaldas, la figura de Papá Noel, el nacimiento, un reno que lleva un farolillo, los Reyes Magos que recién han llegado y ya han encontrado su sitio… Entre todos, componen un conjunto ecléctico en el que -maravillosa metáfora- Papá Noel, ese anciano inmigrante lapón que ha cruzado Europa con su trineo, convive a las mil maravillas con sus tres colegas, unos refugiados de oriente y del África subsahariana, que seguro que hacen magia para sobrevivir cada día. Pura convivencia todo: la de los renos con las ovejas del nacimiento y todos ellos con algún que otro elfo, las estrellas del árbol, las flores de pascua y los angelillos. Seguramente, el programa iconográfico termina siendo un poco pastiche e insulta a los integristas religiosos del hecho navideño y la sacrosanta tradición -que haberlos los hay y muy haters-, pero a mí me gusta, precisamente, toda esa mezcla de lo nuevo con lo antiguo, de lo nuestro con lo de otros, de lo que viene de mi infancia pseudobritánica con lo que luego he ido incorporando del mundo exterior. Colocar este aparato decorativo a principios de diciembre me retrotrae a una niñez feliz y a hermosos rituales familiares de reunirse para poner el árbol, ir a buscar el musgo o montar el belén.

Ahora, este peculiar empaquetado decorativo anuncia que todo se ha acabado, que han terminado estas fiestas extrañas, nacidas de las saturnales paganas, convertidas al cristianismo y derivadas, finalmente, en la apoteosis del consumismo. Ando extrañando que los que no cejan en recordarnos su sentido católico no estén, al mismo tiempo, protestando contra el despilfarro tan poco cristiano que representan. Debe de ser que saben por demás que estos gastos desaforados les salvan el año a algunos negocios o puede que encuentren compensación en los anuncios de las ONGs en la televisión y en las obras de caridad sobrevenidas. O puede que les pase como a mí, que miro las cajas empaquetadas y pienso en el reencuentro, en la familia reunida en torno a la mesa, en las caras de ilusión cuando se abren los regalos o en la sorpresa de los pequeños cuando ven sus juguetes bajo el árbol. Pura contradicción todo: celebramos el nacimiento de Jesús, el gran defensor de los débiles, los pobres y los marginados, gastando dinero en un mundo en el que crecen la xenofobia, el enriquecimiento de unos pocos y las ideologías del odio. Miro las cajas empaquetadas y me pregunto si los Reyes Magos, aparte de unos cuantos móviles, ropa deportiva, perfume y libros, también nos habrán dejado un poco más de tolerancia, comprensión, solidaridad y propósito de enmienda. Nos van a hacer mucha falta en el año que

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