Con tanta cartelería, tanta propaganda en periódicos, teles y radios y con tanto teatrillo de Alameda Vieja a modo de gotera de la azotea en debates televisivos, estamos dejando de vivir. Casi no nos hemos enterado de una Semana Santa de esas que pasan sin pena ni gloria, ni estamos disfrutando de los días más largos y primaverales que nos devuelve la vitalidad perdida durante el invierno, ni estamos en lo que tenemos que estar a las puertas de las carreras de motos, las ferias y los caminos rocieros. Y todo por esa machacona insistencia con que quieren ser protagonistas los de siempre. Por una parte dan pena. Seres humanos de segunda, que consiguen doble personalidad sin nada de lubricante. Esquizofrénicos del poder llenos de risas sardónicas y mandamases intermedios y abrazafaloras como nuevo catálogo de especímenes de la involución humana. Por otra, dan pavor. Asusta el hecho de tener que ponernos en sus manos ante la falta de propuestas serias. Andan con los rabos entre las piernas ante lo que se le avecina porque ven en peligro muchos de sus puestos, dicen preocuparse de los ciudadanos como si de un trastorno mental transitorio se tratara, tratan de dar legitimidad emocional a los planteamientos solidarios que solo aparecen en campaña, y sobre todo, son capaces de prometer el oro y el moro con tal de alcanzar el poder. En una sociedad inteligente, ya no valen las formas, los mensajes subliminales y las palabras bonitas. Gallos de pelea, zorros viejos, camaleones escupiendo. Pareciera que la mayoría de este zoológico de animales politólogos hubieran nacido de la misma célula madre para que el grupo de embriones clonados tengan una finalidad concreta, la de aparentar más que la de ser. No en vano, habrá que darle la razón a ese sentir popular de que quien no sirve para otra cosa, acaba presentándose a unas elecciones. O no.

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