Reinicio

Tendemos a pensar que somos incorregibles, pero es el mundo entero el que parece haber enloquecido

La llamada a inaugurar un tiempo nuevo forma parte de la retórica habitual en las épocas de crisis, y lo mismo vale para los líderes mundiales que para el aspirante a dirigir una autonomía, un pequeño pueblo o una comunidad de vecinos. En línea con los objetivos de desarrollo sostenible asociados a la llamada Agenda 2030, promovida por la ONU, instituciones como el Foro de Davos plantean un Great Reset ejemplificado en una máxima curiosa, viniendo de un club que agrupa a los actores más poderosos y acaudalados del planeta: "No tendrás nada y serás feliz". La frase, que no nos parece tan rompedora a quienes sabemos por experiencia que no encierra ninguna paradoja, adquiere un carácter inquietante cuando se relaciona con personalidades como el presidente de China o el perpetuo heredero al trono de Inglaterra, hombres poco sospechosos de veleidades revolucionarias que no es probable que aspiren -por algo usan la segunda persona- a ese beatífico proyecto de bienestar futuro. Junto a otros altos dirigentes y conocidos empresarios y filántropos, los impulsores del Gran Reinicio proponen aprovechar el desastre de la pandemia no para inocularnos chips, como se han maliciado los suspicaces, sino para potenciar objetivos tan deseables como la lucha contra los efectos del cambio climático, la reducción de la desigualdad o una cooperación que merezca ese nombre, empeños difíciles que exigen a los Estados renunciar a sus intereses particulares en favor de políticas cuyos beneficios distan de ser inmediatos. Desde la ingenuidad más o menos desinformada en la que nos movemos los ciudadanos corrientes, podríamos pensar que la iniciativa es una más de esa larga serie de buenos propósitos que no se cumplen nunca, pero gracias a los heroicos vigilantes de las libertades, siempre en guardia contra los manejos de la plutocracia degenerada, sabemos que el reseteo es parte de una conspiración judeomasónica o criptocomunista, dirigida a arrebatar la soberanía de las naciones e imponer la ideología global, un totalitarismo de nuevo cuño que de momento se conforma con administrar vacunas pero acabará exigiendo lobotomías. En este tiempo de semirreclusión e incertidumbre, todo se ha vuelto confuso, imprevisible y un poco lisérgico. Volviendo al eslogan, cuesta imaginar una felicidad universal que se fía a tan corto plazo, y al margen de los desvaríos conspiranoicos ni las nuevas potencias del tablero internacional ni los millonarios que predican la austeridad inspiran demasiada confianza. No sin razón, tendemos a pensar que los españoles somos incorregibles, pero si nos fijamos bien es el mundo entero el que parece haber enloquecido.

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