HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Religión laxa

LA Iglesia, fundación evangélica e hija de la divinidad pero hermana de cada tiempo histórico, sufre en su cuerpo místico el desconcierto y las contradicciones de las corrientes de pensamiento y, desde hace dos siglos, de las ideologías. El aborto y la eutanasia han terminado, a causa de los delirios de la razón humana, por entrar en el capítulo de los progresos de la izquierda, pero como ya no sabemos qué es de izquierdas y qué de derechas, la confusión continúa adelante sin que sepamos cuándo habrá de parar. Tanto el aborto como la eutanasia se han practicado en todos los tiempos de un polo a otro, en todas las culturas y civilizaciones y se ha seguido practicando en todos los regímenes políticos posteriores al invento de las ideologías. He oído a jóvenes de cierta formación llamar fascistas a Ramsés II y a Carlomagno, imperialistas a Alejandro y a Trajano y de ultraderecha a los Reyes Católicos y a Felipe II.

No es de extrañar que el embrollo mental siga aumentando si los errores se hacen pasar por aciertos y las leyendas por historia. El concilio Vaticano II vino a enredar más lo enredado, no porque en sus decisiones decretara nada contra la fe, sino porque la interpretación que una parte de la Iglesia hizo de los documentos conciliares convirtió el cristianismo en un sistema filosófico y, por derivación natural, aunque herética, en una ideología política. Sin misterios sacros no hay religión. Los misterios de la fe y lo sagrado huyeron de los templos espantados por los curas liberados por el Concilio. Los ordenaban sin saber latín ni griego y sin estas lenguas es complicado distinguir entre una religión y un pensamiento filosófico, entre las ideologías efímeras y recientes y la fe antigua y eterna, entre una moral y una guía ética. La Iglesia vuelve a ser causa de escándalo, pero esto ya lo advierten los evangelios.

Se escandalizan más los ateos que los creyentes: otra contradicción. Todo depende de que un obispo niegue el Holocausto tal como se nos ha contado (la Historia la escriben los vencedores, dijo siempre la izquierda) o que otro obispo se erija en dirigente de una facción revolucionaria con el pretexto de la defensa de los débiles. Los fascismos y los socialismos son hijos del cristianismo y sin éste no se comprenden los otros. Parece bien que las ideologías modernas hayan tomado del cristianismo la base de sus doctrinas, pero parecería mal que la Iglesia imitara a sus hijos. Sobre el aborto y la eutanasia no dice la Iglesia nada que no haya dicho siempre porque siempre han existido. Lo novedoso y disparatado es que la izquierda se haya apropiado de ellos como un progreso Son realidades sociales antiquísimas sobre las que debe legislarse para casos excepcionales y como un dolor, no como una liberación de nada ni un progreso hacia ninguna parte.

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