Reposo descansado

Puede parecer una redundancia, pero, en verdad, un reposo descanso es una exuberancia exótica

Agazapado en mi sombrilla, con mi libro abierto y tras las gafas de sol, he descubierto un fenómeno maravilloso. La gente que pasa o pasea, saluda a sus amigos o conocidos y sigue andando aún con la sonrisa del saludo, indefectiblemente. Natural: sería muy brusco ponerse serio de golpe. Luego, están los que mantienen la sonrisa más metros, quienes la mantienen menos, dependiendo tal vez del carácter, pero todos lo hacen. A algunos les sirve para empalmar la sonrisa pasada con un nuevo saludo. Eso crea en la orilla un ambiente ondulante que recuerda al Paraíso de Dante, donde el círculo de la luna, de sonrisas evanescentes. Como mucha gente conoce a mucha gente, reina un estado beatífico.

Los mal pensados sospechan que yo no leo tras la fermosa cobertura de las cubiertas de libros eruditos. No tienen razón del todo. Entre observación y observación, leo alguna página. Ayer estaba con fray Luis de León, patrón de la vida retirada, que me puso en el estado de ánimo de descubrir este fenómeno. El poeta (de tan vapuleada existencia) fue un añorante de la vida descansada. ¿No suplica él, sabiamente, por un «reposo dulce, alegre, descansado»? Lo del reposo descansado sólo le parecerá redundancia al que no conozca los veraneos en la costa.

Aquí el reposo suele ser vertiginoso entre abrazos, aparcamientos, deportes, visitas de familiares, niños perdidos en la orilla y cenas, ya benéficas o ya con los viejos amigos. De hecho, hoy escribo estas líneas con un agotamiento total, de esos que sólo se experimentan en vacaciones o tras un fin de semana de los que se califican con esa inercia excesiva de los adjetivos superlativos como «divertidísimos». Me duele la cabeza, pero no sé si confesarlo, porque siempre habrá un mal pensado que lo achaque al vino blanco de anoche; y sería una pena, porque nada es más triste que darle la razón a un mal pensado.

Oíamos ayer, dejando aparte mi cefalea, los sabios deseos de fray Luis. Quizá alguien, beatus ille, pueda escapar del todo al ajetreo veraniego, pero yo les animaría a no dejar de buscar ese «reposo descansado» con el ansia del maestro, que no paró de buscarlo. Hay que tumbarse en la hamaca de esa mullida y aparente redundancia. Si en el proceso, descubren algún fenómeno de verdadero interés, como mi ley de las sonrisas flotantes, no dejen, por favor, de comunicárnoslo. Nos hará tanto bien o más que una buena dosis de ibuprofeno.

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