La televisión tiene a veces un efecto deformante. Como si de una gran lupa se tratarse cuando se acerca demasiado a las cosas, lejos de enseñarlas mejor, las convierte en esperpento, las ridiculiza, les resta credibilidad. Una lupa peligrosa y dañina, sobre todo, si está dirigida por gente sin escrúpulos que encuentra en esa forma de desenfocar un próspero negocio o un caladero de votos.

En la violencia de género se viene colocando esa lupa distorsionadora bajo el argumento de cumplir con una labor de concienciación social. Juana Rivas, Rocío carrasco y Antonio David, Johnny Deep y Ambar Heard, María Salmerón, son personajes que despiertan filias y fobias y que nos exhiben a todas horas para que emitamos nuestro ignorante veredicto. La politización tampoco ayuda, es una deformación más. Quisieran convencernos de que la violencia de género es un concepto propiedad exclusiva de la izquierda que la pasea pornográficamente y su negación ciega y obtusa, una reivindicación de la derecha. Los datos reales y objetivos deberían sonrojar a unos y otros y unirlos para buscar una verdadera solución. No pasará.

Las mujeres, pocas, que utilizan este medio para impedir la custodia compartida, también perjudican. Lo más triste es que algunos que dicen defender a la mujer maltratada la someten a escarnio público, permiten juicios paralelos por una masa que no tiene el menor interés por conocer de verdad, defienden lo indefendible, convierten desde su extremismo al verdugo en víctima, invocan indultos que enrojecen y más que formar e informar, ensucian. No es en los platós de televisión ni en las tertulias ni en los mítines vergonzantes ni en los vómitos de las redes sociales donde se lucha contra la violencia de género. Se habla de concienciación cuando debería hablarse de contaminación, de confusión de conceptos, de rentabilidad política, de negocio.

Quien haya tenido cerca a una mujer maltratada sabrá que no hay palabras para atajar el miedo, que su dolor les suele avergonzar, que es difícil contar lo que siempre se ha ocultado, que la mayoría se siente culpable e incomprendida, que son inseguras y contradictorias. En los juzgados se trabaja sin horario y de forma callada para llegar hasta donde se puede llegar, siempre tarde. Deberíamos exigir para ellas, lo que para cualquier víctima, respeto.

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