HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Riánsares

Con los fastos que nos esperan este año (Guerra de la Independencia, Mayo del 68, Primavera de Praga) va a quedarse el duque de Riánsares sin un recuerdo. No será por mí. Mientras en Madrid seguían la resistencia y las represalias, el día 4 de mayo de 1808 nació en Tarancón Agustín Fernando Muñoz, el futuro duque de Riánsares y marqués de San Agustín, Par y duque de Montmorot en Francia. Era de familia sencilla, pero no tanto que no pudiera aspirar a guardia de corps, para lo que hacían falta ciertos requisitos, pues su destino era el servicio directo de las personas reales y se escogían, por lo general, entre hidalgos con poca fortuna, jóvenes y apuestos. Al casarse con la viuda de Fernando VII se exageró la humildad de la familia. La infanta Eulalia cuenta que su "linda abuela" paseaba su viudez en carretela con su guardia y en un momento empezó a sangrar por la nariz. Fernando Muñoz se acercó al coche y le ofreció su pañuelo. Cuando la reina se lo devolvió ensangrentado el joven lo besó. Se prendó de él y aquel mismo día le habló a solas.

Pasados los tres meses de luto riguroso se casaron en secreto. Los embarazos de la reina Gobernadora se mantuvieron ocultos mientras se pudo. Cristina era hija del rey de Nápoles, Francisco. Tiempo atrás, el obispo Olivieri, aprovechando su ascendencia de antiguo preceptor del rey, le escribe una carta denunciando la corrupción de costumbres en la corte napolitana. Le dice, entre otras graves acusaciones: "…y la ignominia en la que ha caído por necesaria consecuencia vuestra hija Cristina, la cual, se dice, nunca encontrará marido por haber perdido su honor en toda Europa". Parece que el obispo exagera porque el rey la casó con el rey de España. A pesar de las habladurías y envidias, Fernando Muñoz, a quien la maledicencia llamó Fernando VIII, se casó con una joven y hermosa viuda con la que tuvo siete hijos.

Aunque recibió honores de su hijastra Isabel II, tanto para él como para sus hijos, fue un hombre de trato llano que no le gustaba la Corte, sino el campo, y vivir apartado con su mujer y educando a sus hijos. Fue un buen marido que, por su posición, se le acuso de conspirador, cuando los grandes conspiradores eran, sobre todo, Narváez y Montpensier. Se le acuso de corrupto, cuando las corruptelas para darle un patrimonio a los Muñoces, como les decían, fueron de la reina Gobernadora, en particular con los ferrocarriles. Rechazó el reino de Ecuador, cuando aquel país se entretenía en fundar una monarquía. El carácter autoritario, las ambiciones y el desprestigio político de su mujer, le hicieron sufrir, así como la muerte de varios de sus hijos. Pero, hombre de buenos sentimientos, si estaba con su familia en su casa de campo de Saint-Adresse, donde murió en 1873, era feliz.

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