Las primarias han servido para comprobar la profunda fractura que sufre hoy el partido socialista. Pugnan dos concepciones radical y visceralmente divergentes sobre casi todo: ni se interpretan de igual forma las causas de su declive, ni se comparte una estrategia de salida, ni, al cabo, se vislumbra el más mínimo consenso sobre el papel futuro que han de jugar tan históricas siglas. Sánchez y Díaz -no parece que López tenga opciones- encarnan caminos opuestos. Si Pedro triunfa, además de saldar cuentas, implementará un modelo de partido de tintes mucho más populistas, centrado en la búsqueda del poder, en el que los principios se desdibujan. El mejor ejemplo lo constituye la actitud frente a los nacionalismos: Sánchez no ve dificultad en tender puentes a los independentistas; sus sucesivas versiones sobre lo que España sea y deba ser nos descubren a un líder flexible ante las aspiraciones centrífugas, más obsesionado con desalojar al PP e imponer su figura que en resolver sensatamente el presente desafío al Estado. Por contra, si la ganadora es Díaz, éste será un asunto capital: en la tradición de una izquierda moderada y pragmática, Susana se postula como garante de la unidad nacional, lejos y alejada de cualquier matemática parlamentaria que estructure mayorías exóticas.

Los militantes tienen la palabra. Ellos sabrán. Aunque, dadas las circunstancias, resulta obvio que el PSOE corre un gravísimo riesgo de escisión. Logre el cargo quien lo logre, no va a ser fácil salvaguardar la cohesión del partido. Para ello, haría falta que los vencidos aceptaran sin reservas su derrota y se pusieran de inmediato a las órdenes de la dirección elegida. Una hipótesis muy complicada. No veo a los barones acatando sumisamente las directrices de un Sánchez vencedor. Como tampoco a éste, ahora dos veces repudiado, empujando en el sentido que determine Susana. Siendo así, quizás sólo esté en juego el nombre de quien conserve la titularidad de la marca.

Lo peor es que España sigue necesitando un PSOE fuerte, diferenciado de la ultraizquierda, capaz de estructurar alternativas sólidas de gobierno. Eso es lo que a partir de este domingo va terminar siendo imposible: o la socialdemocracia sobrevive mermada y contestada por buena parte de los suyos o desaparece como ideología de una formación que la ha mantenido durante décadas. Ambas son pésimas noticias que habrá que empezar a asumir y gestionar desde mañana.

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