Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

Riesgos de la mística

Los periodos prerrevolucionarios son esperanzadores: la energía y las pasiones se ponen al servicio de los ideales; pero pasado el entusiasmo fugaz del triunfo de la revolución, los ideales se ponen al servicio de las pasiones, de las bajas las más de las veces. Para preservar tanto bien conseguido y moldear al hombre nuevo, se funda una policía política, se construyen cárceles y se levantan patíbulos. Es una constante histórica con brillante porvenir. El régimen clerical iraní se autointitula revolucionario y cuenta con las simpatías de la izquierda occidental, no porque le parezca habitable una teocracia, sino porque todo lo que aparezca contra el capitalismo opresor occidental tiene sus bendiciones. La policía de la decencia iraní no duerme, pues caro infirma. Irán ahorca apóstatas, blasfemos y homosexuales y la izquierda europea los casa, subvenciona campañas antirreligiosas y honra a los apóstatas. Nadie entiende contradicciones tales, aunque sepamos que la política no suele ir del brazo de la razón.  

Aparte de la policía de la decencia armada de tranca, una de las escasas salidas laborales para las mujeres iraníes, habrá otra para velar por la ortodoxia de la fe islámica, si bien es de suponer que sean suficientes los chivatazos de los vecinos, policías vocacionales de paisano, figura de la historia de la infamia resurgida en España. El eficaz sistema de delación de la dictadura iraní deja en mantillas al español contra el tabaco y aun a la temida bocca del leone veneciana. En las tiranías clericales aparece otro fenómeno que se ha dado en todo el mundo en diferentes épocas: la exacerbación de la religiosidad y las extravagancias místicas. Esto último será lo que le habrá ocurrido al iraní que decía ser Dios y era venerado por un grupo de jóvenes. El sentido del humor no es virtud del fanatismo, así que el divinizado Reza Gharabat fue acusado de apostasía y ahorcado como Alá el Misericordioso manda. La mística poética, la imaginación desbordada por la neurosis religiosa, en una prosaica grúa-horca.

 Siempre oímos decir que el éxito o el fracaso no dependen tanto de acertar o equivocarse, sino de estar en el lugar preciso en el momento adecuado. ¿A quién se le ocurre fundar una secta en Irán y no en España, donde ser sectario es garantía de progresismo? Entre nosotros hubiera tenido su vida resuelta: muchos jóvenes sin trabajo y sin esperanza de encontrarlo hubieran hallado consuelo en un dios al alcance; las pelanduscas de la televisión palidecerían ante el caché del divino Gharabat, con sus mensajes apocalípticos y de esperanza final para los justos; la vieja progresía andante y gobernante, al no ser católico ni siquiera cristiano, habría subvencionado su libertad religiosa. Las revoluciones tienen mártires antes de triunfar; cuando triunfan, se vuelven reaccionarias y se repiten en la torpeza de darles mártires a la contrarrevolución.     

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