Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

El Rocío en Jerez tiene nombre propio

No debemos pecar por omisión. Al pan, pan y al vino, vino. Al César lo que es del César. Jamás caer en la desmemoria ciudadana -al tantán de la indolencia-. No. Muy al contrario en el caso que nos ocupa: porque aquí no existe rémora de la constatación de los hechos y sí verdades como puños. ¡Jerez, no olvides recordar! Desquitemos de nuestra vista la medusa de la ignorancia o la nebulosa del a veces cruento olvido. Y, ahora que es tiempo de Rocío, agitemos la Historia y la intrahistoria de una heroicidad con nombre propio y apellidos que todo rociero de nuevo cuño -o, por edad, incluido en las nuevas generaciones- ha de conocer para los restos. Ante el fenómeno rociero jerezano no cabe el buenísimo ni la salmodia del despiste. De ahí que al menos una primera referencia ha de grabarse con brillo de lapislázuli en el alma de todo hijo de la Madre del Pastorcito Divino. Me refiero, sin mayores ambages, a Manuel Valderas Sevilla (q.s.g.g.): auténtico revitalizador y propagador de la devoción a la Virgen del Rocío en esta Muy Noble y Muy Leal Ciudad. ¡Lo que luchó Manolo, inaccesible al desaliento!

Manolo Valderas fue como un Hércules fundator del rocierismo a la jerezana que, gracias a la incansable indagatoria de su persistencia, contagiara entre los ciudadanos -a fuer de amor por la Reina de las Marismas- cuanto en Jerez no existía -o languideció hasta la nada-. De hecho uno de sus hijos suele recordar cómo su progenitor lo mandaba acompañar a un pitero por las calles de Jerez para que así conociera el personal que el tiempo de la Virgen del Rocío había llegado. “Yo llevaba al pitero por las calles del centro y la gente, al escuchar el pito y el tambor, preguntaban dónde estaba el mono”. El rocierismo brillaba por su ausencia en la atmósfera de Jerez. Pongamos que hablamos de finales de los cuarenta, de principios de los cincuenta del siglo pasado. Precisamente cuando Manuel Valderas reorganiza la Hermandad sin vida que radicaba primero en San Mateo para luego pasar a San Marcos. Jerez desconocía por completo no sólo el evangelizador fenómeno social de la romería sino incluso el alcance milagroso de una advocación con los ojos de Virgen “más bonitos de España”, como así reza cantando la letrilla de las sevillanas.

El bueno de Pepe Valderas Domínguez -que tan prematuramente se nos fue caminito del cielo- me confesó cómo durante muchos años había sentido la pena del largo silencio que había sufrido la memoria de su tío Manolo. “Ahora al fin se está arrojando luz sobre la verdad de todo cuanto hizo”. Pepe hacía alusión a dos reconocimientos públicos y notorios que sobre poco más o menos coincidieron en el calendario -pongámosle un puñado de años atrás-. Por un lado el homenaje in memoriam que en la Escuela de Hostelería se le tributara a cargo del Grupo Romero Caballero y la Asociación Cultural ‘Toque de Alba’. Y de otro la edición del programa de Onda Jerez Televisión ‘Jerezanos de leyenda’, conducido por el periodista Rafael Delgado -tan sensible a las “cosas de aquí”, por decirlo con expresión del gran Forges-. La obra de Manolo Valderas hay que recordarla de continuo. Ya proclamó Marcel Schwob que “toda justicia que tarda es injusticia”. Lo suyo no fue una pantomima que quedara en papel mojado. Sino el preclaro esfuerzo de un florecimiento titánico. Contó con personas que colaboraron en el empeño: Ana María Bohórquez Escribano, Fernando Romero, Antonio Sala, Fernando León Manjón, entro otros. Manuel Valderas, como la nostalgia del embarque del ganado de las sevillanas de los Romeros de la Puebla, sí que levantó una polvareda devocional a la Virgen del Rocío en nuestro Jerez. Y, con impar fervor mariano, se adelantó incluso a san Juan Pablo II, cuando en esta ciudad supo extender el rocierismo como una gota de aceite.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios