por montera

Mariló Montero

Saltos al vacío

ELLA no conocía de nada al jovenzuelo de 16 años que el otro día, en China, amenazaba con saltar al vacío desde lo alto de un edificio, pero, sin duda segura de sus encantos, decidió convencer a la Policía de que aquel chico era su novio. Se acercó a su lado y conversaron largo rato ante la mirada atónita de cientos de transeúntes: él, apenas sujeto a la valla que los separaba y con las puntas de los pies en el bordillo; ella, con los codos en la barandilla, atenta y sinuosa, con un punto de coquetería .

La muchacha, casi de su misma edad, le escuchó largo rato sin dejar de mirarle a los ojos. Al fin, decidió abrazarle por la nuca y, muy despacio, aproximó sus labios a los del indómito e irreductible joven y le asestó un beso de tornillo electrizante, digno de una película de Hollywood, que dejó a la multitud boquiabierta. A algunos, quizá también anegados de envidia. Fue el momento que aprovecharon los bomberos y policías para lanzarse sobre ambos y rescatar al jovenzuelo del insólito lugar donde se encontraba.

En el recientemente reeditado …O llevarás luto por mí, la apasionante historia vital del torero Manuel Benítez El Cordobés, Dominique Lapierre y Larry Collins narran un caso parecido, pero esta vez con un remedo de Rafael Sánchez El Pipo, el que fuese primer apoderado del matador, de protagonista. Personaje de apabullante personalidad y barriguda estampa, El Pipo lucía a toda hora de blanco, con un sombrero de paja y un inmenso puro en la boca. De tal guisa se hizo casi tan famoso (y al principio casi tan rico) en toda España como su representado.

Era tal la ola de maletillas que pululaban por la piel de toro en aquellos años 60 a raíz del éxito descomunal que alcanzó su torero, que, en cierta ocasión, uno de aquellos harapientos muchachos con más hambre que temple trepó a lo alto de un edificio (ocurrió en Zaragoza, si no recuerdo mal) y amenazaba con tirarse si no le daban la tan ansiada oportuniá. Tras varios intentos fallidos de bomberos y policías por acercarse, uno de los bomberos allí presentes, orondo y barrigudo, se vistió de blanco, pidió un sombrero, se colocó un inmenso puro entre los labios y emprendió camino por la escalera del camión anti incendios, confiado en que el maletilla lo confundiría con el hombre más poderoso del momento del planeta taurino. Ahora se dirigía hacia el chaval, quizás para ofrecerle su redención en forma de capeas y novilladas.

No sabemos cuántos contratos le ofreció aquel falso Pipo al maletilla para que depusiera su actitud, ni cuántos besos le prometió la joven asiática al desconsolado compañero de tan fingido romance, pero ambos debieron ver, cada uno a su manera, la puerta del cielo de sus sueños abierta de par en par.

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