Complicado resulta comparar la fuga de Juande con la situación creada en torno a Sampaoli, pero las similitudes no escapan a nadie. Si lo del laureado manchego supuso una tremenda decepción para el sevillismo, esa antesala de la noticia que al fin parece ser un rumor en torno al argentino va a acarrear más enfado que depresión. Un enfado generado por la falta de consideración sin nada que ver con la depresión que causó Juande.

Juande se fue en plena cresta de la ola más gloriosa que el club había conocido y su marcha, aparte de incomprensible, sumió a la clientela en un bajonazo anímico que se alargó hasta la conquista de la Copa en el Camp Nou de la mano de Antonio Álvarez. Lo de Sampaoli es distinto, pues lo cierto es que tras ser acogido con recelo llegaron unas vacas gordas que a la larga fueron más artificiosas que reales. El equipo jugaba y ganaba, pero hubo una tarde inglesa en que todo acabó.

Más, infinitamente más, efecto depresivo tiene el adiós de Monchi que tampoco se acaba de entender, que si Sampaoli se marcha. Aquí, lo verdaderamente molesto es que el hombre no desvele qué hay de lo suyo con la AFA. En el corazón de un tramo final que no será lo apasionante que se preveía, la situación está provocando una sensación de inestabilidad indudablemente nociva para la institución. Y ni le digo cómo puede estallar Nervión contra él.

El mayor inconveniente que se le ve a esto es que el Sevilla haya dado por concluido el curso, que baje los brazos y que el telón se arríe antes de tiempo. Eso puede crear un clima muy perjudicial, pero viendo el plantel que tiene el Sevilla, lo lógico es que cualquier entrenador de prestigio sea capaz de mejorar unos registros que pintaban espectaculares pero que van a quedarse en normalitos. Si se va a su país, fin de la historia, pero el Sevilla está acostumbrado a los punto y aparte.