QUISIERA empezar el año invocando a san Basilio, patrón de la sabiduría. La reforma del calendario de los santos, que tantas leyendas llenas de imaginación y belleza nos ha quitado, ha puesto a san Basilio y a san Gregorio Nacianceno juntos en el día de hoy. La unión no está mal, pues fueron tan amigos que compartieron casa, mesa y habitación para animarse al estudio. La familia de san Basilio lo fue de santos: fueron sus hermanos san Gregorio de Nisa, san Pedro de Sebaste y santa Macrina la Menor, y fue su abuela santa Macrina la Mayor. Su hermano Pedro, obispo de Sebaste, fue hombre torpe y de pocas luces y le dio muchos quebraderos de cabeza; pero los otros dos fueron lumbreras: de sabiduría él, de santidad ella. Macrina tuvo gran influencia en su hermano Basilio y lo inclinó al retiro y al estudio. La peste de la herejía arriana necesitaba grandes hombres que la combatieran con inteligencia y verdad.

La herejía de Arrio traía desconcertados a los emperadores romanos. Desde siglos Roma había admitido a todos los dioses, incluso a los extranjeros, y a las autoridades les irritaba que el cristianismo, ya religión oficial del Imperio, fuera causa de lucha entre los mismos cristianos por sutilezas doctrinales que nadie entendía. Por primera vez en la historia romana una religión no se conformaba con ser la oficial, sino que quería estar unida sin resquicio y ser la única. A los romanos les parecía una extravagancia, como realmente era. El sistema especulativo griego, tomado por el cristianismo para elaborar su credo y explicar lo inexplicable, no soportaba bien la unidad sin discusión. San Basilio no desmayó en su lucha contra los arrianos con su verbo brillante, su vida ejemplar y sus cuidados escritos, lo que le valió el sobrenombre de Lumbrera de Oriente. Cuando predicaba salían lenguas de fuego de su boca.

Se le tiene por el creador de la invocación "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo", pero no hay seguridad. Es famoso su tratado sobre el Espíritu Santo, gran proeza dogmática, pues de la tercera persona de la Santísima Trinidad no se sabía nada por las Escrituras, salvo vaguedades sujetas a las interpretaciones más dispares. Con su tratado creó un gran sofisma que aún trae confundidos a los antitrinitarios. Se le atribuye un milagro, falso sin duda: para convencer a un judío de la verdad del cristianismo lo invitó a asistir a una misa privada oficiada por el santo. Al partir la hostia consagrada, el judío vio cómo un niño sobre el altar, que no era otro que el Niño Jesús, era descuartizado y comido por el oficiante, mientras el cáliz se llenaba de sangre. En lugar de huir despavorido ante aquel horror, el judío se convirtió. Los santos cultos, y san Basilio lo fue como pocos, convencían con la oratoria y la vehemencia de la fe, no con milagros desagradables que atentan contra el buen gusto.

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