QUIZÁ porque profesionalmente crea que toda persona tiene derecho a una defensa o, simplemente, porque llevar la contraria anima el cotarro y no deja de ser una provocación retórica, hoy voy a hablar de Luis de Medina y Abascal, última carnaza de los independientes e independentistas medios de comunicación patrios.Comprendo que el asunto tiene suficientes ingredientes como para argumentar una novela negra policiaca. La conexión asiática, el aristócrata modelo, el primo del mandamás, un Ferrari, un velero y las cuentas corrientes en rojo. Una trama digna de J.D. Barker bañada por el deporte nacional, la envidia.

Lo peor de la defensa es que la trama ocurre durante una pandemia mundial y buscando herramientas de protección contra el contagio. No sé si fue peor lo de Luis Roldán con la caja de pensiones de los huérfanos de la Guardia Civil o los millones que debían dedicarse a los parados de Andalucía y que acababan en lupanares y mancebías. No tengo claro que haya unos estiércoles mejores que otros, aunque un agricultor pueda distinguir sus cualidades.

Mucho se habla de la comisión y nada del precio de las mascarillas. A lo largo de la pandemia hemos pasado por etapas en las que no había mascarillas, o eran carísimas, o estaban subvencionadas con un precio público, incluso las terminaron regalando. En cada uno de estos momentos el precio era distinto y el mérito del comisionista también. Cuando nadie tenía mascarillas, la diferencia entre la vida y la muerte era contar con ellas o no. El precio era indiferente porque ni con dinero se obtenían. De ahí se pasó a un etapa de competencia al alza, en las que se podían conseguir pagando más que nadie.

Urge aclarar cuál era el precio de mercado de las mascarillas, guantes y test en el momento de la compra. Si el precio fue de marcado, la comisión es indiferente, porque la pagó el milagrosísimo San Chin Choon.