E l día de la Inmaculada se recuerda también a san Frumencio de Hungría. A este santo no se le debe confundir con otros del mismo nombre, y quizá más conocidos, algo muy corriente entre los hagiógrafos medievales. Frumencio fue un príncipe húngaro que vivió en el siglo XIII, una época en la que Hungría estaba en una frontera imprecisa de la cristiandad y en territorio de fronteras inestables expuesto a las invasiones orientales. El peligro mayor entonces eran los tártaros, pueblos imprecisos, unas veces turcos, otras mogoles y otra una mezcla de ambos, unidos a su vez con otros pueblos perdidos y minoritarios de las estepas de Asia. Crueles y belicosos, han pasado al lenguaje común como sinónimo de incivilizados, y en realidad lo eran en comparación con los reinos cristianos occidentales. La invasión tártara que conoció Frumencio y le costó la vida en el martirio, asoló y devastó Hungría durante cerca de dos años: de 1241 a 1242.

Ocurrió algo peor: pasado el primer peligro, los húngaros se dividieron entre la parte cristiana occidentalizada y la Gran Llanura mal cristianizada, o pagana todavía, que mantuvieron guerras muy sangrientas durante largo tiempo. Entre la nobleza húngara cristiana se daban los extremos de una crueldad sanguinaria y un resurgimiento de la piedad cristiana. Siguiendo el ejemplo de santa Isabel de Hungría, anterior a la invasión, muchas princesas reales e hijas de grandes señores preferían retirarse a un monasterio antes que casarse con hombres violentos y participar en las sangrientas luchas palaciegas: santa Kinga, la beata Yolanda, santa Margarita y santa Isabelita de Arpades tomaron ese camino. En menor número, algunos príncipes tomaron la misma decisión. San Frumencio dejó sus posesiones a sus legítimos herederos e ingresó en los dominicos, como hicieron los beatos Mauricio y Buzardo, nobles poderosos.

La huida de las tumultuosas cortes húngaras no era por pacifismo. A la llegada de los tártaros, tanto los nobles como los obispos instaron a la resistencia y a la lucha y se pusieron al frente de sus hombres. San Frumencio llevó desde la llegada de los tártaros la armadura y la espada debajo del hábito. Defendió su convento con la fortaleza de los guerreros antiguos y la convicción de la fe que lo animaba. Los bárbaros invasores ya pensaban en pasar de largo, cuando un novicio medio pagano, envidioso de las virtudes de Frumencio, traicionó a sus hermanos y dio entrada a los tártaros en el convento. El santo resistió hasta el altar mayor pensando que la presencia del Santísimo detendría a los atrevidos, pero éstos no sabían de sutilezas teológicas. Fue golpeado, herido y degollado en las gradas santas y los húngaros lo proclamaron santo enseguida. Se le tuvo por patrono de los políticos honrados, pero santo Tomás Moro le quitó el puesto.

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