HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

San Gerásimo

Ayer fue día de san Gerásimo y me olvidé, tan a propósito como viene en campaña electoral. Lo traigo hoy, a pocos días de las elecciones generales, después de varios debates pobres en los que no se nos ha aclarado qué van hacer con España, con su lengua y su historia, qué minorías nos gobernarán a la inmensa mayoría, o qué harán con el sentimiento nacionalista español abrumadoramente mayoritario. El desdén por las vidas de los santos antiguos, cuando se vuelven a publicar numerosos santorales, es síntoma de gente poco avisada. Las pasiones y debilidades humanas han cambiado apenas con el curso de los siglos y no hay indicios de que vayan a cambiar en el futuro. Las luchas políticas vienen a ser las mismas de siempre, vestidas con distintos ropajes y maquilladas con afeites diferentes. No eran muy distintas las cosas en el siglo V, época de san Gerásimo. Entonces se discutía la naturaleza de Cristo con la misma frivolidad que hoy la de España.

Por aquel tiempo en Bizancio la teología era un deporte popular, y las interminables discusiones de los diferentes hinchas, llamadas por ello bizantinas, eran las de los partidos políticos. Detrás de cualquier hipóstasis o consubstancialidad se escondían ambiciones terrenales de poder o dinero. Se discutía la naturaleza de Cristo no por honradez intelectual sino por soberbia, para obispar o alcanzar altas magistraturas del Estado. Gerásimo fue un santo bueno y algo ingenuo que, harto de discusiones, se fue a la franja de Gaza a vivir en paz (entonces se podía) y en soledad, y más adelante fundó junto al Jordán una laura, especie de poblado diseminado de celdas individuales, donde se aunaban la vida eremítica y la monacal bajo el magisterio de un abad. Tuvo la desgracia de dejarse convencer por el nefasto Eutiques, monofisita, es decir, partidario de que en Jesuscristo había una sola naturaleza: la divina.

Una tarde, a las vísperas, se le presentó Jesucrito y le mostró las santas llagas de la Pasión: "Gerásimo, hijo mío, si mi naturaleza hubiera sido sólo divina, ¿qué habría sido mi suplicio sino un fingimiento inútil para la redención, un cruel e imposible engaño divino a la fe de los hombres?" Quedó transpuesto. Convocó a sus discípulos enseguida y, tras el relato de la visión y una exhortación firme y dolorida, volvieron todos a la verdadera fe del concilio de Calcedonia y extremaron las disciplinas y los ayunos para que Dios les perdonara la debilidad de haber caído en la trampa de Eutiques, cuyo único deseo había sido acceder al patriarcado de Constantinopla. Más o menos como en la política de ahora, pero a lo divino. Murió muy anciano, lleno de méritos y llagas. La leyenda del león al que le quita la espina, le sigue de por vida y muere de tristeza al morir el santo, es atribuida injustamente a san Jerónimo por la similitud de su nombre con el de Gerásimo.

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