La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

San Jorge guarde a los libros

En el libro la literatura cobra cuerpo, se llena de referencias personales y memorísticas

Una cosa es la lectura y otra los libros. Sucede con ellos como con los cines y las películas. Hasta la aparición de la televisión, primero, y del vídeo, el DVD y las plataformas, después, la palabra cine abarcaba las películas y las salas en las que se veían. Después se separaron con mayor radicalidad que los libros y la lectura. Afortunadamente el libro sigue siendo el formato mayoritariamente elegido para la lectura -según el Barómetro de Hábitos de Lectura el año pasado descendió el porcentaje de lectores en formato digital y aumentó el de libros- mientras las películas se consumen cada vez más a través de las plataformas con la competencia añadida de las puñeteras series. Piensen en Sevilla: primero desaparecieron los cines, sustituidos por los multicines; después lo hicieron estos, sustituidos por las multisalas en centros comerciales. Actualmente solo queda una sala de cine -el Cervantes, cerrado desde que empezó la pandemia- y un multicine, el Avenida. La batalla, ahora, se da entre multisalas y plataformas. Ya veremos como acaba.

El libro tiene el valor añadido de su presencia física en las casas. Está estudiado que el consumo de cultura de los padres estimula el de los hijos. No dudo que un niño que vea a sus padres leer libros electrónicos tenga más posibilidades de aficionarse a la lectura que aquel en cuya casa nunca se lee. Pero le faltará la presencia física de los libros, vivir rodeado de ellos, husmear por los estantes, ojearlos, tocarlos, olerlos… En el libro la literatura cobra cuerpo, se llena de referencias personales y memorísticas, se hace compañero de vida.

Haciéndose su propia biblioteca el niño aprenderá esta lección de vida: en las estanterías, conforme se van cumpliendo años, está toda nuestra vida, cuando y donde compramos los libros, cuando y donde -también con quien- los leímos y comentamos. Los libros viven y envejecen con nosotros, guardan nuestras huellas de subrayados y notas, amarillean al paso que nosotros envejecemos y nos mantendrán de alguna forma vivos cuando estén en las manos de nuestros hijos y nietos, sumados a los suyos como sumé a los míos los de mi madre -sus Galdós, Agatha Christie, Brontë- y los de mi padre, a quien siempre recuerdo con un libro en las manos, en casa o en los cafés en los que tanto le gustaba leer. Nunca los siento más cerca que cuando tengo sus libros en mis manos.

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