HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

San Rodrigo

AYER fue día de san Rodrigo. Tal como va la morería del mundo, no está de más recordarlo y encomendarnos a él, como patrón de los cristianos perseguidos en tierra de infieles y abogado contra los apóstatas. Rodrigo fue un sacerdote que vivió en la Córdoba del siglo IX, cuando las apostasías fueron tan numerosas que se temía por la desaparición del cristianismo, y era tanta su fama de honrado y virtuoso que conseguía irritar a los moros, sobre todo a los conversos, avergonzados de haber abandonado la verdadera fe por intereses terrenales. Un hermano de Rodrigo se había pasado al Islam por un puesto de inspector de medio pelo en un mercado de la ciudad sin recibir ningún reproche por parte del sacerdote, aunque éste recibiera constantes insultos y menosprecio por parte del converso. Cansado de no poder vivir en paz dedicado a su ministerio, decidió irse a los montes cercanos a vivir como ermitaño.

Una mañana que había bajado a la ciudad para comprar algunos alimentos, se encontró con su hermano el renegado y, apenas habían cruzado cuatro frases de saludo, cuando este le propinó una paliza que lo dejó por muerto. Así lo creyeron todos. Los cristianos cordobeses trajeron un ataúd para llevárselo entre lágrimas y darle la sepultura que merecía por su buena fama y virtudes. El desnaturalizado hermano comenzó a dar grandes voces diciendo que Mahoma se le había aparecido para hacerle una gran merced al difunto y que éste había muerto en la fe del profeta. Cuando los cristianos se iban a retirar con dolor, se dieron cuenta de que Rodrigo no estaba muerto sino malherido, pero ya el cadí había creído las palabras mentirosas del converso. Rodrigo salió del ataúd y desmintió su conversión con gran alegría de los cristianos, pero el cadí lo mando encarcelar.

Entre los musulmanes la apostasía se castiga con pena de muerte y habiéndose dado por cierto que Rodrigo se había convertido al Islam, no podía volver de nuevo al cristianismo. El sacerdote no sólo se reafirmó en su fe sino que proclamó ante los jueces la impostura de Mahoma y su secta. No hizo falta más: si era verdad que nunca había dejado de ser cristiano, también lo era que había blasfemado, otro motivo de pena de muerte. Fue decapitado con otros mártires y el propio san Eulogio, obispo electo de Toledo, ofició los funerales. Siempre fue mentira, incluso en el esplendor del Califato, que la religión musulmana fuera tolerante. Ahora, que están en puertas tiempos fanáticos y turbulentos, san Rodrigo debería tener un altar en todas las casas de Andalucía con una reproducción del cuadro de Murillo, hoy en la Galería de Dresde, que lo representa. Celebra su santo en este día Rodrigo Bejarano, muy niño aún, que será un buen cristiano como ya sabemos que lo fueron sus tatarabuelos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios