Han transcurrido ya algunos días desde que Pedro Sánchez pronunciara su vomitivo discurso y a uno no acaba de calmársele la indignación. Las amenazas que allí vertió, además de teatrales, sectarias y prematuras, constituyen una ofensa inadmisible al dictado de unas urnas que, le guste poco o nada, decidieron colocar a su partido extramuros del poder. Tiene su aquél que un sujeto que gobierna con el apoyo de cuantos en este país están dispuestos a dinamitar el orden constitucional, venga a darnos lecciones a nosotros, los andaluces, de lealtad a las normas. Sus palabras, nacidas de la indigestión, no dejan margen de duda: si el próximo Ejecutivo andaluz "recorta derechos y libertades recogidos en leyes aprobadas en el Parlamento de España" o "pone en cuestión la seguridad de las mujeres", el Gobierno utilizará todos los instrumentos a su alcance.

Olvida torticeramente Sánchez que, hasta ahora, aquí no ha pasado nada. Ignora, incluso, que la principal demanda de Vox, formación de la que abomina, es restaurar el inexcusable principio de igualdad ante la ley, herido de muerte por canalladas como la inversión de la carga de la prueba o la abolición de la presunción de inocencia cuando el conflicto se produce entre hombre y mujer. Yo no he oído otra cosa y lo que he oído encaja a la perfección en mi lógica de jurista. Avisar de que frente a esta aspiración, tan legítima como cualquier otra, aplicará todo el arsenal de instrumentos estatales no deja de parecerme una soberana estupidez, propia de un demagogo sin cerebro, talento ni talla política. Mejor haría el doctorcito en resolver sus propias contradicciones antes que atemorizar a un pueblo que jamás desertó de sus deberes.

Los cojones, Pedro, los echas en Barcelona y con tus amigos los independentistas, a los que -manda huevos- mimas, consientes, halagas y disculpas. Sería de traca que el famoso 155 terminara aplicándose en Andalucía y no en el infierno catalán, posibilidad que el propio Sánchez deja abierta y que, de ocurrir, pondría asombrosa guinda a sus muchas ruindades.

No, presidente, en mi tierra no aguantamos ni una broma más. Tus baladronadas te las metes por donde te quepan. Andalucía quiere cambio, está harta de tantas golferías y no va a aceptar que tuerzan su voluntad. Sin algaradas ni revueltas, con la única arma del voto, con la democracia por bandera. Ésa que diríase que a ti jamás te cautivó ni te entró en las entendederas.

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