Vuelven La Liga, los comercios, los espectáculos y los visitantes extranjeros. Se aprueba ya el ingreso mínimo vital. Pedro Sánchez intentó ayer desviar la atención con una cortina de anuncios. Pero las preguntas de la rueda de prensa tras su sermón sabatino le llevaban una y otra vez al pacto encubierto del Gobierno progresista con Bildu para derogar íntegramente la reforma laboral. Un asunto del que no quedó claro si coincide con su vicepresidenta Calviño que sería contraproducente abordar ahora o está con su vicepresidente Iglesias en que lo firmado va a misa.

Lo cierto es que si el acuerdo irritó a patronal, sindicatos y varios miembros del Gabinete, las explicaciones del presidente no han recuperado del susto a propios y extraños. Pedro Sánchez desbarró en un doble sentido. En primer lugar lanzando noticias como la vuelta del fútbol, el relanzamiento del comercio y los espectáculos, o la apertura al turismo internacional desde julio. Fue como el trabajo de un equipo de limpieza en una película de Tarantino. Si su ministro de Consumo había desdeñado al sector turístico, él lo puso por las nubes. Si su ministro de Sanidad había planteado un confinamiento de 14 días para los viajeros extranjeros, él lo obvió por completo.

Pero no pudo evitar que casi todos los periodistas preguntaran por el acuerdo con Bildu. Y aquí evadió toda responsabilidad. Según él la culpa es del PP, por votar contra el estado de alarma y dejarlo en precario. Como si su minoría no fuese una decisión deliberada, empeñado hace un año en gobernar en solitario con 123 diputados. Como si el pacto con el grupo fiduciario del terrorismo etarra no fuese gratuito, porque ya había una mayoría para prolongar el estado de alarma. Como si un acuerdo de esta naturaleza no pusiera el riesgo la cuantía y la naturaleza de la ayuda europea por la crisis.

Ahí estaba el hombre repitiendo una y otra vez que la culpa es de los demás. Incluso de Rajoy, por aprobar unilateralmente su reforma laboral sin diálogo social, precarizando el empleo, acabando con derechos... No negó en ningún momento haber sido el piloto de la fallida operación. Pero su argumento es confuso; sostiene que en esta coyuntura lo importante es la seguridad sanitaria y la recuperación económica, lo que se contradice completamente con este acuerdo de tapadillo. Eso sí, le doró la píldora al presidente de la CEOE, del que dijo que es un gran patriota, a ver si se le olvida el enojo.

En un momento de lucidez, dijo que "los españoles cuando van a las urnas siempre aciertan". Lástima que no pensara lo mismo hace un año; los 180 diputados disponibles habrían facilitado un Gobierno "con sentido común, que garantizase la estabilidad, la confianza y trabajar en Europa", por usar sus palabras de ayer. Por el contrario, los malos son los del PP, calificados como "la España del no". El apóstol del "no es no" pontificaba sobre la España del no, que es la de los otros. Ahora.

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