Sanidad

La sanidad pública no es ni de lejos la mejor del mundo, pero todos los sistemas públicos de salud se han degradado

Mi padre, que era médico del Seguro -como lo llamaba él-, había visitado medio mundo en congresos médicos y había visitado cientos, quizá miles de hospitales públicos. Conocía los de Ecuador, los de Corea, los de Inglaterra, los de Alemania, los de Grecia, los de Argentina, los de Francia -donde había estudiado-, los de Suecia, los de Tailandia, los de Chile y corto ya. Y su conclusión era muy sencilla: la sanidad pública española era una de las mejores del mundo, quizá la mejor de todas. Que conste que mi padre se refería a la sanidad pública de los años 80 y 90, la que él pudo conocer a fondo. Pero mi padre empezó a vivir con tristeza el declive de su amada sanidad pública. En sus últimos años era muy pesimista. Creía que tarde o temprano el sistema público se vendría abajo: por falta de financiación, por caos administrativo, por la excesiva intromisión de los políticos y por la falta de una autoridad clara que trasladase a los usuarios -de forma taxativa- que los pacientes tienen derechos inalienables pero también deberes. Y que esos deberes debían respetarse a rajatabla.

Duele reconocer que el pesimismo de mi padre estaba más que justificado. Hoy por hoy, es muy probable que la sanidad pública española no sea ni de lejos la mejor del mundo, aunque es justo reconocer que todos los sistemas públicos de salud se han degradado irremisiblemente en todas partes. En nuestro caso, el envejecimiento de la población, la mala gestión administrativa, y sobre todo, los pésimos sueldos que se pagan a los profesionales, están causando la degradación continua de los servicios de salud. Hay un mantra muy extendido entre la izquierda que achaca los problemas de la sanidad pública a "los recortes del PP", pero los datos objetivos demuestran que ese dogma de fe no es cierto, como ocurre con todos los dogmas de fe. La sanidad se está viniendo abajo porque tiene que atender con recursos muy precarios a una población cada vez más envejecida y a una masa de usuarios que no para de crecer.

El pacto político más urgente en España es la reforma profunda de la sanidad. Pero ese pacto, en el país de las vergonzosas políticas electoralistas a muy corto plazo, no se llevará a cabo jamás. Hasta que un día alguien cuelgue el cartel de derribo en el último edificio ruinoso que una vez, muchos años atrás, había albergado un espléndido hospital público.

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