Tribuna libre

Fernando Barrera Romero

Hermano Mayor de la Hermandad de la Defensión

Notarios de la historia. Doscientos veinticinco años de la llegada a Jerez del Santísimo Cristo de la Defensión

Eran las ocho y cuarto de la tarde de un domingo inolvidable. Doscientos veinticinco años después, el Cristo de la Defensión se hallaba de nuevo, en la reja de la Iglesia de la Cartuja. Nuestro hermano número uno, Paco Fernández García-Figueras, se dirige emocionado a los miembros de Junta de Gobierno para designarnos, en cariñosa expresión de gratitud, “notarios de la historia”.

Sí. Estábamos siendo notarios privilegiados de un acontecimiento histórico. Pero al mismo tiempo somos humildes depositarios de un legado valiosísimo, por todo cuanto en términos históricos, artísticos y, sobre todo devocionales, representa el Santísimo Cristo.

He aquí el sentido de esta tribuna libre: agradecer a quienes han permitido que una empresa de tal envergadura pudiera llevarse a cabo, y rendir tributo a todas las personas e instituciones que han hecho posible que, doscientos veinticinco años después, Jerez pueda seguir rezando, meditando o sencillamente deleitándose contemplando tan portentosa talla.

Agradecimiento al Señor Obispo, Don José Mazuelos, cuya implicación ha sido fundamental para que la Cartuja acogiera el acto central de una efeméride tan señalada, al Padre Don Lorenzo Morant y a las Hermanas de Belén, santas hospederas de nuestra bendita imagen. La hermandad tuvo a bien - minutos antes de que el Cristo abandonara la Iglesia, en solemne traslado presidido por nuestro Obispo - que fueran ellas las últimas personas en besar los pies del Crucificado.

Agradecimiento a quienes nos han acompañado en este magno acontecimiento, representantes de las corporaciones que formaron parte de aquella procesión que llevó hasta Jerez al Santísimo Cristo: Coronel del Regimiento de Artillería Antiaérea Nº 74, Don Jaime Vidal Mena Redondo y su esposa, miembros de la Asociación de Veteranos Artilleros y hermanos mayores de Vera-Cruz, Angustias y Rosario de Montañeses.Gracias también a Elena Aguilar, Directora de nuestro querido Colegio de la Compañía de María - tantas veces anfitrión de nuestras devociones -, y a nuestro Director EspirItual, Padre Raúl Sánchez Flores, que presidiera el acto penitencial en la tarde del domingo.

A los cofrades y devotos que asistieron, con respeto y recogimiento, al solemne Vía Crucis. Y a los medios de comunicación, por el exquisito trato informativo que han dispensado a estos actos. A todos ellos, muchas gracias.

Y por supuesto, nuestro reconocimiento y gratitud a los cartujos, primeros hospederos del Cristo de la Defensión. A la orden capuchina, en especial a Fray Antonio Ruiz de Castroviejo, que hace ya bastantes años recogiera el testigo de otros hermanos capuchinos en las labores de guardia y custodia de la bendita imagen . Y a los miembros de las Juntas de Gobierno de la hermandad que hubieron de afrontar decisiones importantes relativas a su estado de conservación. El acierto de las mismas ha permitido que hoy podamos disfrutar de esta impresionante talla en todo su esplendor.

En Capuchinos, en el azulejo dedicado al Cristo, un mar en tempestad nos recuerda a aquellos marineros que perecieron escoltando al navío que lo transportaba y a los que, milagrosamente, lograron llegar a los Hornos de la Cartuja, el 14 de febrero de 1795.En el mismo lugar que ocupa este retablo cerámico, se ubicaba en tiempos aquel ventanal del antiguo convento, protagonista de una icónica fotografía de mediados del siglo pasado en la que un hombre se asoma para contemplar al crucificado capuchino. Vaya también nuestro recuerdo a tantas personas, muchas de ellas anónimas, que a lo largo de estos doscientos veinticinco años, pusieron sus plegarias, sus intenciones y sus esperanzas a los pies del Santísimo Cristo.

Pero volvamos de nuevo a la Cartuja, al otro lado de la Puerta de los Arcángeles, donde un camino empedrado flanqueado por dos setos bajos, conduce a un hermoso lugar conocido como “Mambré”, donde las Hermanas de Belén reciben a las personas que van a visitarlas.En aquella estancia diáfana y austera, presidida por unos Santos Evangelios dentro de una hornacina de ladrillo visto, fue emocionante ver a los hermanos venerables –auténticos fedatarios de nuestra historia– custodiando en silencio a la devoción de sus vidas. En la memoria de los presentes, quienes ya gozan de la presencia del Padre, muchos de los cuales nos precedieron en los cargos y responsabilidades que hoy ostentamos.

Faltaban ya pocos minutos para que la Puerta de los Arcángeles se abriera y entre un velo de incienso - como en un sueño - se alzara imponente y sublime, a hombros de sus hermanos, la serena figura del crucificado de Esteve Bonet.

Momentos antes, los bebés de nuestra Junta, Mariola y Juan Diego, reían y jugaban frente a la portada renacentista del Monasterio. Y era bonito pensar que posiblemente, dentro de veinticinco años, ellos y otros niños que allí se encontraban, tomarían el testigo como notarios de la historia del Santísimo Cristo de la Defensión.

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