A RIENDA SUELTA

Leonor de la Calle

Santo Ibuprofeno

HE heredado de mi madre la costumbre de leerme de pé a pá los prospectos de los fármacos antes de tomármelos. No importa que me lo haya recetado el mismísimo Papa o el Dalai Lama, nadie se libra del don de la duda. Muchos piensan que es un hábito obsesivo, pero de más de un buen susto me ha librado. Uno de los medicamentos más conocido y desconocido al mismo tiempo es el santo ibuprofeno, ingerido para aliviar desde un esguince en el dedo gordo del pie hasta una resaca de feria. Muchos se han acostumbrado a recurrir a él como si fuera una varita mágica que incluso hace desaparecer las agujetas del primer día de gimnasio. Qué peligrosa puede llegar a ser la imprudencia. El ibuprofeno altera la absorción de nutrientes en nuestro estómago, daña los riñones, aumenta la presión arterial y perjudica el corazón. Para más inri es habitual que te receten tres tomas diarias de 600 mg de esta bomba explosiva, lo que se traduce en 2.400 mg de ibuprofeno corriendo por nuestras venas. Yo, al menos, me guardaré de este veneno mientras tenga elección.

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