NO sé cómo acabará la aventura de Kosovo. Me imagino que mal. Tampoco sé, ni tengo ganas de ponerme a leer mapas históricos, qué fue Kosovo en la Antigüedad. Conocemos su nombre por dos batallas famosas: una en el siglo XIV, en la que los turcos derrotaron a los serbios, y otra del siglo siguiente, en la que los húngaros vencieron a los turcos. No encuentro ningún pueblo kosovar en el exhaustivo y "progresista" Diccionario de los pueblos del mundo, que incluye cerca de 5.000. Por los periódicos, que hablan mucho ahora de esta perdida región de los Balcanes, sabemos que los habitantes de Kosovo son albaneses, serbios y turcos principalmente, de varias confesiones cristianas y musulmanes. Lo ideal para una independencia. Mientras hubo imperios o reinos, Yugoslavia el último, la región se mantuvo más o menos en paz, con las desconfianzas propias de quienes se han dedicado a matanzas cíclicas entre sí.

Tenemos noticia de que los serbios, que sí forman una nación eslava de origen común con croatas y bosnios, tomaron la derrota de Kosovo como un símbolo nacional, para mantener vivo el espíritu de independencia durante cinco siglos, hasta que la lograron, no por ellos, sino por la ayuda de las potencias que luchaban contra el imperio otomano. Los nacionalistas vascos cuadriculados, en cuanto ven levantar una tapia lindera en una finca-nación, ya sea en Irlanda, en los Andes o en los Balcanes, simpatizan con ella, ayudan a construirla y piden su tapia. Aparte de una moda, esperamos que pasajera por ineficaz y no por moda, la tendencia natural de la especie humana es la de vivir en tribus. Si pensamos en nosotros mismos, nos damos cuenta de que nuestra patria es la infancia y una casa, la única de nuestra propiedad sentimental, y unos grados de relaciones afectivas con un número reducido de personas: 50, siendo generoso, entre parientes, vecinos y allegados.

Nos gustaría que ese mundo, con sus habitantes, fuera eterno, de fronteras estables y que nadie hubiera muerto: sembraríamos un huerto, criaríamos animales, beberíamos de un pozoý Si nos unimos hace ya 10.000 años a una masa de desconocidos, de la que al mismo tiempo intentamos escapar, fue por necesidad, para ser más fuertes, vivir más seguros, tener comunicaciones e intercambios, hablar una gran lengua y entendernos con todos. Las sociedades humanas se complicaron, no por desprecio a las chozas y a la tribu protectora, sino inevitablemente, por instinto de la especie. Si el espíritu de Kosovo nos devuelve a la Edad Dorada del neolítico sentimental, quiero volver a ser príncipe en una viña-Estado de Macharnudo, en un mundo de vivos, no de muertos, donde hasta los perros vivan aún, me reconozcan y salgan a recibirme.

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