Tribuna cofrade

Juan González Román

Camino de la resurrección

Interior de la Catedral de Jerez

Interior de la Catedral de Jerez

Puede parecerle a muchos que el título no está en consonancia con la celebración del día de hoy, Domingo de Ramos. Este domingo tan especial en la liturgia cristiana, es el comienzo de la Semana Santa, periodo que comienza con la celebración de la entrada de Jesús en Jerusalén y concluye el Domingo de Resurrección. Pero en nuestra tierra, para muchos, la Semana Santa termina el Viernes Santo. Durante la Cuaresma nos preparamos para celebrar los diferentes hechos que acontecieron en torno a la muerte del Maestro, pero conmemorada la misma todo se acabó. Desmontamos los pasos y hasta el año que viene.

Otro hecho significativo es la escasa presencia de cofrades al Triduo Pascual, lo que conocemos como los oficios. En Jerez, sin temor a exagerar, desfilan unos diez o doce mil personas entre nazarenos, costaleros y no digamos los incontables acompañantes ¿Cuántas de ellas acuden a las celebraciones litúrgicas? Realmente pocas. Somos capaces de cargar con cruces, de hacer largos recorridos o llevar sobre los hombros los pasos pero todo queda en eso. Después no vivimos la proclamación del mandato del Amor el Jueves Santo, la muerte de Jesús en el austero y profundo rito del Viernes Santo y la alegría y el gozo de la Resurrección en la Vigilia Pascual. Se suele decir que la Semana Santa es la expresión de la fe popular pero tras la misma se está encubriendo un cierto grado de idolatría.

Las hermandades tienen la responsabilidad de encauzar esa fe popular a una autentica espiritualidad cristiana. En tantos cofrades como hay en las cuarenta y cinco hermandades que desfilan en Semana Santa, subyace un filón de potenciales creyentes. Tendrían que plantearse, muy seriamente, las corporaciones nazarenas, como hacer llegar a sus miembros la Buena Nueva de Jesús, para que se conviertan en auténticos creyentes.

Después de las anteriores reflexiones, vamos a los acontecimientos que vamos a celebrar en estos próximos días. Los últimos días de Jesús es el final del proceso que fue su vida, que no podía terminar de otra manera que la muerte. Estaba abocada a ella desde el inicio de su vida pública, su enfrentamiento a los poderes políticos y religiosos le llevaron a la cruz.

Debió de ser entrañable la última comida con sus amigos y a la vez muy dura, sabiendo el fin que le esperaba. Aquella noche transmitió a sus amigos su testamento, sabiendo de la tristeza que suponía para ellos su despedida, les exhortó a que no estuvieran angustiados y confiaran en Dios y en él. Pero si todo lo que dijo Jesús aquella noche, en vísperas de su muerte, fue importante, el mandato del amor sobresalió por encima de todo. En una sola palabra se condensaba toda su vida y su mensaje. Para él no era una bonita palabra, era el resumen de su vida y su testamento. Una frase del evangelio lo define perfectamente: “pasó haciendo el bien”. Vuelvo como en anteriores artículos a Oscar Wilde (recomiendo la lectura de la veintena de páginas que en su obra De profundis dedica a Jesús de Nazaret) que habla así del amor de Jesús : “La obra suprema de Cristo, consiste en haber sabido conservar, aún después de muerto, el amor que había poseído en vida. El reconoció que el amor es el secreto primordial del mundo, el secreto buscado por los sabios, y que únicamente por medio del amor es posible llegar hasta el corazón del leproso y los pies del Señor”. Hoy la palabra amor está tan manida, que su significado está descafeinado. Tenemos que recurrir a Jesús para entender su significado más profundo.

En la última cena se instauró la eucaristía. En los primeros siglos de la Iglesia, el rito de la comida sirvió para recordar la vida, muerte y resurrección de Jesús. El paso de los siglos y por diversas circunstancias, modificaron el rito hasta llegar a la concepción actual de la eucaristía. La Iglesia se tendría que replantear hacer una Eucaristía con gestos y palabras más entendibles al hombre de hoy. Vemos cada vez menos personas en las Misas. Independientemente del laicismo que impera en nuestra sociedad, la falta de atractivo de la liturgia está contribuyendo a ello.

La escritora Susana Tamaro escribió un libro que tituló “Donde el corazón te lleve”. Este artículo que a lo mejor pudiera parecer un poco deslavazado, responde a lo que mi corazón me está llevando. Para los cristianos, la celebración de estos días deberían conmoverles sus sentimientos más profundos. Es el momento de replantearse su compromiso como creyente. Cuando el Viernes Santo conmemoramos la muerte de Jesús no podemos dejar de reflexionar que no lo asesinaron para redimirnos de nuestros pecados sino como consecuencia de su estilo de vida. Pagola la describe a la perfección: “No tenía dinero, armas ni poder. No tenía autoridad religiosa. No era sacerdote ni escriba. No era nadie. Pero llevaba en su corazón el fuego del amor a los crucificados. Sabía que para Dios eran los primeros. Esto marcó para siempre la vida de Jesús. Se acercó a los últimos y se hizo uno de ellos. También el viviría sin familia, sin techo y sin trabajo fijo. Curó a los que encontró enfermos, tocó a los que nadie tocaba, se sentó a la mesa con pecadores, a todos devolvió la dignidad. Su mensaje siempre era el mismo: Estos que excluís de vuestra sociedad son los predilectos de Dios”. No hay nada más revolucionario que optar por los más desfavorecidos y Jesús lo pago con su vida porque sus opciones chocaron con los poderes religiosos y políticos.

Pero una vida así no podía quedar sellada en un sepulcro o quién sabe si en una fosa común de crucificados. La Resurrección no tiene una explicación científica, pero aún sin ella, se produce algo en sus amigos y seguidores difícil de explicar. Experimentan que Jesús vive. Que Jesús al que crucificaron ha resucitado. Que explícito es el pasaje del evangelio de Lucas que narra la historia de los discípulos de Emaús: “¿no ardían nuestros corazones….?”. La experiencia que vivieron, hizo posible que perdieran todos los miedos y salieran a hacer público que Jesús está vivo. La Resurrección es el final de la Semana Santa pero a su vez debe ser el comienzo de una nueva vida para los cristianos. Creer en el resucitado no debe de ser un dogma de fe, es mucho más. Es vivir la experiencia personal de que Jesús es capaz de cambiar nuestras vidas, de resucitar lo bueno que hay en nosotros y que nos libera de los miedos que mata nuestra libertad. Además lo descubrimos vivo en los últimos, en los marginados, llamándonos a la compasión y a la solidaridad.

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