Hablando en el desierto

FRANCISCO / BEJARANO

Sentimientos tramposos

Ciertas noticias raras y curiosas de los periódicos hay que leerlas con inteligencia aparte y glosarlas. Por sí solas no encajan. Un joven ex alumno acude a un colegio con una pistola de balines, que no sabemos qué es exactamente ni qué daño puede hacer, con la supuesta intención de vengarse de una joven de 15 años a la que acosaba sin correspondencia. Entiéndase: insistía en sus pretensiones amorosas sin ser correspondido. (Acosar es otra cosa, aunque el feminismo campeador haya torcido el lenguaje para darle un nuevo sentido.) El padre de la muchacha, presente a la sazón, se interpone entre la hija y la pistola y resulta herido leve. El joven enamorado sin esperanza corre perseguido por otros alumnos del centro y recibe una serie de golpes, e instantes después ingiere un pomo de arsénico que llevaba consigo.

Quitando la hojarasca vulgar que el suceso lleva, la muerte de un muchacho desesperanzado en sus amores convierte lo ridículo y patético en dramático, esa frontera tan costosa de salvar, pues va la vida en ello. El joven suicida, de quien no se dice la edad, pasa a ser la víctima del drama, quizás por no haber sabido digerir que los asuntos puramente humanos los aprende cada hombre a partir de cero, sin que sirva la experiencia ajena ni los avances de la técnica. La jovencita amada es la heroína. Dará tanto que hablar que le será milagroso salir ilesa de las envidias de sus compañeras, tanto más cuanto más íntimas y más protestas hagan de amistad. La envidia es una agresión incruenta muy grave, porque lo es en potencia, y hace más estragos que una pistola de balines. Con 15 años no es probable que supere airosa los trastornos de la conducta derivados del atavismo de los sacrificios humanos. Si es inteligente, sabrá en la ancianidad que para todos llegó el consuelo del olvido menos para ella.

Un muchacho no tiene derecho a suicidarse y menos por amor, ese sentimiento tramposo que llega y se va e igual salva que condena. No es un derecho, pero con una vida cumplida, dejando tras de sí victorias duraderas, memoria feliz para ser recordado con la nostalgia de las pérdidas y como elección libre de una mente educada en la comprensión de la libertad, se tolera con tristeza. Un joven no puede saltarse lindes sin haber hecho primero méritos ni adelantarse en la cola por egoísmo impertinente, por la soberbia de dejar su dolor en otros y un recuerdo algo más perdurable.

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