Seres queridos

Incluso los recuerdos más tristes son una buena noticia en Navidad, que lo transforma todo

Me pregunta un amigo si no me he dado cuenta de que cada vez hay más gente que asegura que no le gustan nada las navidades porque les recuerdan mucho a sus seres difuntos. Me he dado cuenta, y tanta, que ya escribí un artículo sobre eso. ¿O no? Mi amigo no lo recuerda. Yo tampoco. Lo que no quiere decir que no lo escribiese, pero sí que, de haberlo hecho, no resultó definitivo, porque la memoria es una crítica literaria infalible. Intentémoslo, por si acaso, otra vez.

La causa me parece bien. La Navidad es una ocasión extraordinaria para recordar a los seres queridos. Lo que no comparto es la consecuencia. ¿Qué tiene de malo ese recuerdo? Serían unos seres queridos muy extraños si preferimos que se nos pierdan cuanto antes en la somnolencia de la amnesia.

Cuando alguien se muere, decimos solemnemente eso tan consolador (y manriqueño) de que siempre vivirá en nuestra memoria. ¿Es posible que en navidades ya estemos quejándonos de que los villancicos y las reuniones familiares nos lo recuerdan demasiado? Tener presentes a nuestros muertos es un privilegio y más aún dejar que se alegren con nuestra felicidad y nuestra fidelidad, en la medida de nuestras posibilidades, a sus enseñanzas y a su ejemplo.

Verdad que la memoria se nos puede ir de madre. En La viudita naviera, Pemán (con perdón) advierte que «los difuntos engordan si se les riega con demasiado llanto. Se ponen inmensos. Tapan la vida». Es innecesario. Uno puede emocionarse recordándoles y reírse incluso con ellos. Esta observación de Mario Quintana podría ayudar: «¿Por qué será que la gente vive llorando a los amigos muertos y no aguanta a los que continúan vivos?» Una manera activa de recordar a los difuntos es volcar el cariño que quisiéramos darles con los vivos y coleantes.

En Rompimiento de gloria, la indispensable novela del marqués de Tamarón, la hermosa Elena Cienfuegos da un consejo de oro a su amigo-alumno Saturnino Prieto: «Sátur, cuando algo te dé mucha pena no intentes olvidarlo. Recuérdalo con todo detalle. Es el único exorcismo que vale». De manera que, si usted estuviese tentado a protestar de las navidades porque les traen recuerdos dolorosos, no olvide nada. La memoriosa Navidad viene también a sanar esa pena noble, que nace del amor. Brindemos por los que están, por los que ya no y por los que aún habrán de venir. Aquí no sobra nadie. Que el año que viene tampoco falten ni los que faltan.

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