Crónicas levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

Simbología patria

La nación española llegó muy tocada a la Transición, España se sumió en una crisis de autoestima colectiva después de que el régimen se apropiase de la simbología patria. A la izquierda le daba grima la bandera y el himno, pero favoreció que los otros nacionalismos periféricos nos emocionasen con otras enseñas. El vacío simbólico fue ocupado por ikurriñas, señeras y la blanca y verde. Tampoco es tan extraño, en Alemania tuvieron que inventarse eso del patriotismo constitucional, una construcción intelectual muy bien articulada, pero con un problema de raíz: los textos legales no emocionan tanto como un himno. Ni ponen como una bandera. Don Pelayo en Covadonga es más sugerente que el artículo primero de nuestra Constitución y lo de Isabel de Castilla en Granada se comprende mejor que el dichoso título octavo. Le pusimos los siete candados al sepulcro del Cid, pero perdimos el fascinante medievo español. Santiago Abascal abre campaña en Covadonga y se marcha a Granada. En la pobre historiografía de Vox, los ocho siglos se resumen en un partido ganado por los suyos. Pero también son responsables los custodios de los símbolos, y quienes lo han comprendido a la perfección son los de la Congregación de Mena de Málaga, que ya veían a su Cristo del Jueves Santo convertido en otra plaza de Colón.

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