Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Singularidades

Contemplo hoy "lo singular" desde el punto de vista del sujeto -en este caso, los sujetos- que se piensan tan peculiares como para situarse en una posición superior a la de otras singularidades y entender que se bastan y sobran por sí mismos: no tienen necesidad de apoyo ni colaboración para alcanzar los fines que les mueven, eso creen.

No es nueva la situación actual de nuestro país, España. La Historia, que cuenta lo que fuimos, cómo fuimos y lo que hicimos; la sangre que nos condiciona, mezcla de íberos, fenicios y romanos, de visigodos y árabes, pero también la del mestizaje con americanos y asiáticos; la idiosincrasia propia de la etnia a la que pertenecemos, producto de conquistas, invasiones, reconquistas, sometimientos y rebeliones; explican, a los que quieran comprenderlo, que a pesar de esas grandes figuras que escribieron páginas gloriosas en todos los ámbitos del saber, la ciencia, el arte y la guerra, a pesar de ese Siglo y medio, bien llamado "de Oro", en el que fuimos, en todos los sentidos, el imperio más poderoso del planeta; nuestros tiempos han estado marcados por el desentendimiento, que conduce al aislamiento y después a la confrontación; ha sido la mediocridad que termina, siempre, por imponer desmaña y torpeza, la que ha ocupado señoríos y tronos, cuarteles y parlamentos, calles, tabernas y hogares. El resultado de esta circunstancia, repetida hasta la saciedad desde antes que Isabel Y Fernando uniesen los reinos de Castilla y Aragón para dar a luz a nuestra tierra hasta los lúgubres días que vivimos en los albores del siglo XXI, es el obstáculo a la solidaridad que posibilita la convivencia, la sana competencia y el progreso entendido en su más amplia acepción. El español vive más pendiente del vecino que de sí mismo, más preocupado en buscar errores extraños que en enmendar los propios, empecinado en poner trabas a lo ajeno que no en subir peldaños.

Los grupos humanos que conforman la sociedad pugnan, en una competición que no tiene meta de llegada, unos contra otros: carecemos, porque así lo hemos elegido, del espíritu "social" imprescindible para lograr un desarrollo acompasado y permanente. La no dependencia de nadie que no seamos nosotros o la comunidad a la que pertenecemos, es el "alma mater" que marca el sentido de nuestra existencia.D. José Ortega y Gasset, con la maestría que le era propia, ya lo escribió allá por 1921: "Dondequiera asistimos al deprimente espectáculo de que los peores, que son los más, se revuelven frenéticamente contra los mejores". Esta, y no otra, es la circunstancia que nos ha determinado, y lo sigue haciendo. Y cómo el mismo pensador dijo, refiriéndose a la circunstancia: "… Si no la salvo a ella, no me salvo yo".

No es posible obtener algo, lo que quiera que sea, de donde no lo hay. No podemos esperar abundancia de grandes pensadores, científicos, políticos o gobernantes, de un pueblo enfrascado en la ineficacia. Hay, y ha habido, por supuesto, españoles excelsos, figuras destacadas, con luz propia, en todos los campos del saber y del quehacer humano, pero no son sino excepciones que vienen a confirmar la desoladora regla. De acuerdo a los muchos que somos, tendríamos el perfecto y saludable derecho a esperar que aquellos con la capacidad necesaria y suficiente para destacar, para ser auténticos lideres útiles y beneficiosos para todos, fuesen muchos más de los que son. Pero, como ya he dicho, no se le pueden pedir peras al olmo.

La nuestra es una sociedad que, desde hace mucho tiempo, se desmorona; lo terrible es que la causa de esta destrucción, no irremediable si la condición fuese otra, está en nosotros mismos. Lejos de rectificar, más lejos aún de imitar éxitos ajenos y en las antípodas de adoptar la actitud imprescindible para, desde la humildad, alcanzar la excelencia; los pies de barro sobre los que nos creemos seguros se hunden, poco a poco pero de modo inexorable, en arenas movedizas de las que no podremos salir.

Dicen que es en las perores tragedias -yo diría que también en los momentos de máxima gloria y triunfo absoluto-, cuando sale a relucir lo peor, también lo mejor, de lo que cada cual lleva en su interior. Estamos inmersos en uno de esos "momentos" catastróficos, pagamos las consecuencias de no ser el pueblo, la sociedad, que deberíamos. Los gobernantes que nos desgobiernan no son los únicos culpables del desastre que nos azota ni lo serán del que nos queda por sufrir; nosotros también lo somos. Ellos, los que tienen ahora el poder, no son sino el reflejo fiel de los que estamos debajo. Esperar grandeza de ellos es como aguardar por magnanimidad de las masas de las que provienen: nosotros, que estamos hoy dónde ellos estuvieron ayer, el mismo lugar en el que otros, iguales que ellos, estarán mañana.

"Nobleza obliga", del mismo modo que lo hace lo contrario. Todos deberíamos ser quienes somos, lo que no tendría, en absoluto, porqué impedir que, a su vez, otros también lo sean. La singularidad enriquece, siempre que no nos prive del reconocimiento de la ajena ni de la consciencia del imprescindible enriquecimiento para la comunidad que esta conlleva.

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