Sonámbulo

En el caso del Gobierno de Sánchez, la desconfianza pública es ahora mucho mayor, aunque haya estado retenida

De repente, todo es agitación, sin que aparezca aquella varita mágica que, en el último minuto, siempre le salvaba. Al gran prestidigitador ya no le funcionan sus habituales artimañas y pactos. Todo esto, además, sin que una oposición política, torpe y perdida, le moleste con algo más que rasguños. Pero, por fin, alguien de la calle ha despertado y al levantar la cabeza, y ponerla en movimiento, se ha dado cuenta que era hora de empezar a gritar y recuperar poder. Un movimiento espontáneo, un tanto anárquico, como el de los chalecos amarillos que tanto incomodó, en Francia, a Macron, obligándole a reaccionar y descender del limbo de sus Campos Elíseos. Se da, pues, una curiosa coincidencia, un paralelismo digno de reflexión. Pero Macron supo moverse a tiempo, cuando el descontento era todavía controlable. En el caso del Gobierno de Sánchez, la desconfianza pública es ahora mucho mayor, aunque haya estado retenida, sin encontrar una forma clara para expresarse. Hasta que alguien, ha saltado por primera vez la barrera, acabando con la pasividad de un sueño que duraba ya demasiado. Como suele ser habitual en estos casos, una vez que se rompe el espejismo de cristal, gracias al atrevido gesto de unos camioneros, la suerte o el destino dejan de proteger al político investido de papel tan providencial. Y, como siempre, hay un libro que estos procesos los explica muy bien, y conviene recordarlo: Masa y poder, de Elias Canetti. En él se cuenta el tránsito del político endiosado al sonámbulo que, como un autómata, ya no sabe a dónde acudir para tapar los agujeros que él mismo acaba de abrir. Lo que antes, en su caso, se tildaba de audacia, ahora, desde la calle, ya se percibe como arrogante torpeza. Y, paralelamente, también el entorno gubernativo del sonámbulo pierde confianza en sí mismo y credibilidad. Esa escuela de mandarines formada, en su mayor parte, sin más méritos que superar las dificultades de una tertulia y preparar un llamativo titular de prensa, al dejar de recibir la llama del gran prestidigitador, se tambalea, pierde seguridad en sus convicciones y no da, en la rueda de prensa, con el eslogan adecuado. ¿Estamos, pues, en el primer paso del derrumbe de un castillo de naipes, que todos hemos contribuido a levantar y soportar? ¿Ayudará la calle, con esta inesperada iniciativa, repleta de voces, a que finalice esta pesadilla personalista? ¿Oirá el sonámbulo esos gritos, se despertará y se marchará, para que nos enfrentemos, con otros medios, a los grandes retos que nos asedian?

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