tribuna libre

Francisco Fernández García-Figueras /

Sor Luz y el Hogar de los Dolores de Jerez

CUANDO hoy evoco su recuerdo no quiero que sea ésta una semblanza al uso en la que se recoja una biografía sistemática desde su nacimiento en Chiclana de la Frontera el día 2 de Enero de 1941 hasta el día que se encaminó a la Casa del Padre el pasado 5 de Mayo desde su casa de Jerez.

He tenido la ocasión de ir conociendo a su familia, a sus hermanos, a sus sobrinos. Un núcleo cristiano donde Vd. creció y desde donde partió para cumplir con una inquebrantable vocación vicenciana. Desde entonces y tras la alegría de un noviciado donde puso la primera piedra de su comprometida trayectoria, la devoción a María de la Medalla Milagrosa, San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac han sido los faros que han llevado hasta las puertas del Cielo ese reto que diariamente rezáis en Vísperas, "porque un día seremos examinados en el amor".

Aquí asalta mi memoria un lema que es auténtico compromiso cristiano VERITATEM FACIENTES IN CHARITATE. Sobre esta premisa arranca la encíclica de Benedicto XVI ,y que para vosotras Hijas de la Caridad es una reafirmación de vuestro estar en el mundo.

Y en ese estar en el mundo es desde yo quiero hoy recordarla.

Hace más de cuarenta años que he colaborado en su trabajo en este Hogar de los Dolores, nuestro, reservorio de una dedicación total a las enfermas, a las necesitadas. A ese prójimo tan inmediato y tan querido.

El estridente timbre de la puerta de entrada resuena en el patio como una imperiosa llamada al trabajo. A la derecha sentada en el despacho, donde los papeles, notas, facturas, justificaciones, citas inspectoras, cuadros horarios de trabajadoras, se intercalan con fotos de "las mujeres" en Cuartillo, en Chipiona, celebrando la Navidad o vestidas de flamencas en la improvisada caseta de Feria del segundo patio o en el Real de la Feria mismo. Para Vd., Sor Luz, no había cansancio ni desmayo ante tanto trabajo desde ese puente de mando del rincón de su mesa de trabajo.

Sabía, dado su carácter, que el ser humano está llamado a la alegría pero que experimenta diariamente muchísimas formas de sufrimiento y de dolor. Por eso siempre pretendió buscar las fórmulas para paliar las deficiencias de los enfermos, de los minusválidos, de los abandonados, de los pobres y colocar la bandera de la alegría arriando la de la tristeza y la del sufrimiento.

Para ello se valió Vd. de una clara inteligencia siempre al servicio del Hogar de los Dolores. Su definido espacio en la Comunidad y en la Institución la convirtieron en su más determinante miembro. No se trataba de un acaparamiento ni de interés alguno por el poder. Tan sólo era una necesidad de servicio. Servir y no ser servido. Quizá nunca se lo planteó como lema, pero en mis más de cuarenta años junto a Vd. he vivido esas ansias interminables de servir a los demás.

Basten la total dedicación a las enfermas, la cercanía y el trato a las empleadas, el respeto a las diversas Superioras que han servido a esta Casa, la fraternidad con todas las religiosas con las que ha convivido, y su acercamiento a todas las que desde el mundo seglar han querido colaborar en la dinámica de este extraordinario Hogar de los Dolores.

Diálogo fluido con la Diputación Provincial y con los diputados y jefes de área, logrando dentro de los cauces legales una autonomía para el desarrollo de las tareas de Hogar fruto de unas arduas negociaciones y de una tenacidad y una inteligencia necesarias e imprescindibles para su resolución .

Su vida, repito, estaba inmersa en un constante relanzamiento de la acción pastoral para y con los enfermos y los que sufren. Una acción capaz de promover la atención, la presencia, la escucha, el diálogo, la participación, la cercanía. Ha sido una fuente de fuerza para los pobres y para la Iglesia.

Cuando desde mi óptica echo un vistazo, en estos momentos de crisis vocacionales, a esas múltiples vocaciones que desde el estado de vida laical la realidad hoy nos presenta, veo en Vd, una adelantada ya que ha sabido imbuir en sus más próximas colaboradoras seglares el mejor espíritu vicenciano.

Es el apóstol San Pedro quién nos lo dice y advierte. "Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios".

Todas estas gracias recibidas han sido para Vd., Sor Luz, la mejor trinchera desde donde combatir los ataques continuados de una terrible enfermedad que soportó hasta el límite. Se aferró a la vida incluso cuando las fuerzas y su resistencia le abandonaban.

Pero no le había abandonado la Providencia. Llegó Sor Soledad justamente, providencialmente, para ayudarle en este Calvario, donde la entrega de María del Carmen, y el rostro roto por la enfermedad pero sostenido en la belleza por su entrega y dedicación a "la niña", a Charito, hacían que su autista sonrisa fuese para Vd. la antesala de la Gloria donde ya está gozando para siempre.

Cuando en la Capilla le dábamos el último adiós y la música, que tanto le gustaba, abría los compases de "Hacia a Ti, morada Santa", me recreaba en la maternal acogida de María de la Medalla Milagrosa, esa devoción que desde la rue de Bac, desde el Santuario de París, inunda al mundo, y observaba como San Vicente y Santa Luisa eran también testigos del fin de su sufrimiento terreno.

Para consolarme miraba hacia el altar de San Juan Gabriel de Pervoyre, imagen viva del martirio y paño de lágrimas de nuestra tribulación.

Sor Luz: he tenido la suerte de convivir con Vd. muchos años, la he visto madurar continuadamente. La ha visto siempre inmersa en las tres virtudes teologales. Escogió el camino de la Caridad, pero basada en le fe y siempre abierta a la esperanza.

Ese madurar continuado dio muchos frutos que aquí nos ha dejado. Siga cuidándolos, que necesitamos de su intercesión y de su ayuda.

Desde el Hogar de los Dolores mi más vivo recuerdo.

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