Quizá se han percatado ya y, si no, agucen el oído. La gente cada vez se queja menos del Gobierno. La queja se está desplazando lenta e inexorablemente a las personas que lo votan y a las que, según las encuestas, van a seguir haciéndolo. Se oye en la calle y en las columnas de opinión. El problema de España, se suspira, es que hay muchos que aún lo piensan votar.

Este desplazamiento no se produce porque se considere de pronto que Pedro Sánchez ha devenido en gran estadista. Al contrario: desde la gestión de la pandemia y la crisis económica hasta la destitución ilegal de Pérez de los Cobos o los 53 millones de euros a la aerolínea de Maduro, es un desastre. Pero el resultado es que muchos dan al Gobierno por imposible y sólo se preguntan cómo sus vecinos y compatriotas, tan sensatos y buenas personas como lo son, pueden seguir votándoles. ¿Es que no ven que el cielo cae sobre nuestras cabezas y el país por los suelos? Lasciate ogni speranza, voi che le votate!

Es un buen síntoma, aunque grave. La democracia implica grandes responsabilidades del pueblo soberano, y es muy saludable que empiecen a percibirse. La política odia el vacío y, mientras haya nichos de mercado electoral que puedan cubrirse con demagogia barata, enfrentamiento civil y mucha propaganda, van a cubrirse. Ahora es Sánchez el que vende sus encantos fotogénicos, pero si el electorado no acendra su sentido crítico, mañana sería otro, como ayer fue Zapatero. Hay que aceptarlo: la responsabilidad es nuestra. Que los políticos son nuestros representantes resulta ser verdad de una manera mucho más realista y dramática que el mandato representativo de los parlamentarios, tan desobedecido.

Lo ideal es sacar corolarios, en vez de echarle la culpa al paisanaje, que es otra forma de escurrir el bulto. Se necesita una sociedad interesada en la política, bien informada por televisiones, radios y periódicos objetivos; y formada para entender los elementos básicos del Estado de Derecho y de los principios económicos. Eso se consigue con dos cosas que cada vez tenemos peor (y no es casualidad): una enseñanza de calidad y exigente y unos medios con libertad y respeto a los hechos. Si España frenase al borde del abismo, y quisiera tomar la senda de los países serios, tiene mucho que trabajar en estos dos campos. El primer paso, que es determinar la importancia y responsabilidad que tenemos todos, se está dando.

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