Miki&duartela esquina

La TVE sin anuncios

EL anuncio de una tarjeta de crédito fue el último que emitió Televisión Española, inmediatamente antes de las dichosas doce campanadas. El último del año 2009 y el último de la historia de la televisión pública nacional (los barones territoriales aún dudan si seguir el ejemplo en sus respectivas cadenas autonómicas, como deberían).

¿Será el principio del fin de TVE? No tiene por qué. Cierto que se va a ver desposeída de unos 500 millones de euros de ingresos publicitarios al año, los mismos que vendrán muy bien a las emisoras privadas. Pero TVE no se queda en la miseria. Continuará recibiendo 550 millones anuales de los presupuestos del Estado, más lo que perciba por la comercialización de sus productos, más el porcentaje que obligadamente le aportarán las privadas, más las tasas por utilización del espacio radioléctrico, más las tasas de las empresas de telecomunicación. Un dinero.

Aunque he trabajado la mayor parte de mi vida profesional en medios de comunicación de propiedad particular, soy de los que piensan que una televisión pública es necesaria. También soy de los que piensan que para hacer posible esa necesidad la televisión pública tiene que reciclarse. No podía seguir ni un minuto más convertida en un pozo sin fondo (la deuda alcanzó el billón de pesetas), empeñada en ser una televisión generalista más, compitiendo en lo peor con las privadas y acudiendo a papá Estado -a los contribuyentes, en definitiva- para que la sacase de un atolladero financiero que siempre era más grave que ayer, pero menos que mañana.

La misión de los actuales directivos de TVE no es otra que la de transformar la penuria relativa en oportunidad de cambio. Tienen que repensar el modelo que ha venido aplicándose y redimensionar la empresa y sus funciones. Todo se resume -es más fácil explicarlo que practicarlo- en recobrar el espíritu con que en teoría nació TVE: un medio de servicio público. En él cabe una información plural sin comisariados políticos, el ámbito más propicio para el debate, la formación del espectador, el entretenimiento sin basura y la cultura sin compromisos comerciales. Hay seis canales en TVE para que la cadena justifique su existencia a un precio módico para el ciudadano (menos de catorce euros por año).

No hace ninguna falta que emita veinte horas al día, ni que puje por el deporte más caro, ni que tenga la plantilla más sobrecargada del dial ni que se obsesione si la audiencia baja del actual 16%. Su única obsesión ha de ser ofrecer a los españoles calidad, servicio y neutralidad. La amputación de una de sus fuentes de ingresos, lejos de anunciar su agonía, debería prologar un renacimiento como la cadena con la que los ciudadanos se sienten mejor representados.

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