Távora

El teatro de Távora era una ópera flamenca que mezclaba el cante, el baile, las corridas de toros y las procesiones

Creo que fue durante un ensayo de la obra Identidades, en el teatro que acababa de abrirse en el Cerro del Águila, en Sevilla. En un momento dado, en un rincón del escenario, un hombre tendido en el suelo empezaba a cantar un fandango. En el escenario había un mástil en forma de cruz y una especie de catafalco. El fandango empezó a oírse como si llegara desde muy lejos, y poco a poco fue subiendo de tono hasta que se apoderó de todo el espacio vacío del teatro. Y de pronto, salida de no sé dónde, un águila empezó a volar. El hombre tendido en el suelo que cantaba el fandango era Salvador Távora. Nadie que no fuera él podría cantar fandangos tendido en el suelo.

Tuve la suerte, gracias a Joan de Sagarra -el crítico teatral que era muy amigo de Távora-, de compartir algunas cosas con Távora. Sus ensayos, por ejemplo, o sus torrijas del Viernes Santo, o sus conversaciones sobre toros -nunca olvidaré cómo le explicaba a Sagarra que el toro embestía mal porque era "un toro brocho"-, o las historias que contaba sobre el Cristo del Cachorro, al que sacó en uno de sus espectáculos convirtiéndolo en un jornalero torturado por unos señoritos falangistas. El teatro de Távora no era propiamente teatro, sino un género nuevo, una especie de ópera flamenca y barroca que mezclaba el cante, el baile, las procesiones de Semana Santa, las exhibiciones ecuestres, los autos sacramentales y las corridas de toros. Távora soñaba con sacar un caballo al escenario y lo sacó en varios de sus espectáculos. También soñaba con sacar un toro al escenario, y en cierta forma lo consiguió cuando logró montar su Carmen, su ópera andaluza de cornetas y tambores, con el rejoneador Ángel Peralta montando a caballo.

El estreno de Carmen se hizo en la plaza de toros de Ronda, en un día de julio en el que hacía un calor africano. El final de la obra llegó con una apoteosis de taconeos y guitarras y cornetas, mientras el caballo de Ángel Peralta caracoleaba por el ruedo. Y de pronto, una estrella fugaz cruzó el cielo, justo frente a nosotros, dejando un resplandor muy parecido a un rayo verde. Aquel día, la ópera andaluza de Salvador Távora logró tenerlo todo: cornetas, tambores, bailaoras, caballos y toros. Y una estrella fugaz que cruzó el cielo de Ronda como si fuera un rayo verde. Joan de Sagarra, a mi lado, boquiabierto, musitó: "Eso sí que es de un maestro".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios