Maradona con los ojos en blanco del colocón que llevaba. Maradona dando tumbos por el palco como quien acaba de merendar un rebujo de anfetaminas y Machaquito. Maradona durmiendo la mona en medio del estruendo, o celebrando el gol de Argentina, pero no como suelen celebrarse los goles de tu equipo, sino como quien está pidiendo a gritos los auxilios de un exorcista.

Pues sí, debían de dar tanta vergüenza las imágenes del Pelusa durante el partido contra Nigeria que los telediarios no hicieron otra cosa que emitirlas una y otra vez. Acompañadas siempre de comentarios edificantes (porque el moralismo de sobremesa es muy dado a emplear adjetivos como bochornoso y patético) lo cierto es que, cuanto más insistían los presentadores en que el espectáculo era lamentable para los niños, más se regodeaban en repetir las imágenes de Maradona después de ponerse ciego de estupefacientes, no fuera que alguno de esos pobres niños se quedara sin verlas.

Cualquiera podría pensar que lo normal, cuando algo provoca vergüenza ajena, es ocultarlo. Pero se ve que no, que lo mejor para evitar esos espectáculos bochornosos es ofrecerlos en todo su esplendor, y a cámara lenta si hace falta, para recrearse en los detalles del ídolo que acabó hecho un trapo.

Puede parecer paradójica esa costumbre tan televisiva de divulgar imágenes de las cosas que no habría que hacer bajo ningún concepto. Pero la verdad es que cada vez se emiten más escenas de niñatos tirándose por los balcones a las piscinas, pues se supone que los niñatos, después de ver algo así, en vez de imitarlos, lo que harán es acostarse temprano después de rezar sus oraciones. En otros telediarios se difunden vídeos de gente conduciendo sin manos y a toda leche mientras se graban a sí mismos, o las dudosas hazañas de los que van de fiesta en fiesta metiendo mano a las chicas que van pasadas de copas. ¿Y qué es lo que se logra dándoles bombo? ¿Disuadir o persuadir? Esa es la cuestión.

Está claro que cuando un canal de televisión se dedica a emitir programas de inspiración bajuna, el público que congregará ante las pantallas no será especialmente exquisito. Y que si los modelos de comportamiento que fomenta esa cadena están inspirados en el ideal del chulo o en el canon de la perfecta fulana, no cabrá esperar que la educación que estén proporcionando sea muy distinta a la que proporcionaría un puticlub que im partiera clases de urbanidad.

Por ello, lo que resulta chocante es que, tras lanzar al estrellato a gente chillona -y algo cocainómana también- o de emitir en horario infantil desfiles de taradas con tetas postizas (o de chavalotes que si el tiempo que dedican a mirarse los abdominales lo emplearan en leer, serían unos sabios) nos salgan ahora con estos sermones sobre la vida espiritual y virtuosa. Pero así es. La imagen de Maradona en San Petersburgo a algún presentador le pareció patética. O lamentable. Pues ya saben qué hacer la próxima vez. En lugar de poner fútbol y sacar a gente colocada, que pongan un concierto de Tchaikovski.

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