La implantación progresiva del teletrabajo supone un cambio radical en las rutinas de quienes se acogen a él. A las muchas ventajas que aporta (mejor conciliación de la vida personal y laboral, reducción de gastos, ahorro de tiempo, mayor productividad) une, sin embargo, algunas desventajas (aislamiento, desvinculación emocional de la empresa, control estricto de la actividad).

Es de esto último, y de cómo el ingenio encuentra perennemente una escapatoria a aquello que le constriñe, de lo que quiero hablarles hoy. En la lista de lo penoso están los programas de vigilancia (Bossware, Slack o Microsoft Teams, por ejemplo) que usan las empresas para monitorizar la laboriosidad de sus empleados. Esto suele generar ansiedad cuando el teletrabajador se separa del ordenador, ya que, en pocos minutos, el piloto verde de "en línea" pasa a mostrarlos como "ausentes". Pero nada es insuperable. Ya existen en internet instrumentos para simular una presencia continua. Desde los mouse movers o jigglers, dispositivos con motor que mueven automáticamente el ratón, hasta aplicaciones como Autoclicker que permiten personalizar cómo y dónde se desplazará el cursor. En la red pueden localizarse otros métodos de similar eficacia. Del fin lenitivo o defraudatorio de tales inventos responda cada cual.

El segundo fenómeno que me interesa presenta menos dudas éticas: comienza a ser frecuente que determinados teletrabajadores (sobre todo informáticos y ejecutivos bancarios o de seguros) decidan trabajar para dos empresas a la vez. Bajo el manto de una discreción absoluta y con el extremo cuidado de no cruzar correos o de no mantener reuniones coincidentes por zoom, duplican faena y salario. No crean que se sienten culpables: razones como la falta de lealtad de las grandes empresas o el desahogo con el que despiden mientras disparan sus beneficios les proporcionan un argumentario exculpatorio y tranquilizador. Incluso hay webs (Overemployed es una) donde se les instruye sobre todo tipo de trucos para llevar esta doble vida profesional. La garantía de conservar un empleo si se pierde el otro acaba por convencerles de la bondad de sus conductas.

Ni entro ni salgo. No van a ser éstos los únicos pagadores de la gigantesca amoralidad del mercado. Pero no deja de asombrarme el inacabable talento de una humanidad que siempre halla esa grieta pícara por la que eludir controles, aliviar agobios y sobrellevar su existencia.

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