Terapias

Ponerse a pensar y escribir suponía no dejar el propio destino sólo en manos ajenas

La lectura ha sido un buen recurso durante los pasados días de reclusión. Muchos habrán descubierto cuánto da de sí vivir otros sueños a través de las páginas de un libro. Ha sido el refugio ideal, capaz de levantar el ánimo cuando enflaquecía. Porque un buen libro derriba esas paredes que obstaculizan la imaginación y permiten volar más allá de lo inmediato. También la prensa ha facilitado sabios críticos que, desde los primeros días, han recomendado aquellos libros que ayudaban a comprender la situación. Saber que la tragedia actual ya fue, en términos parecidos, padecida y superada, suele tener un efecto balsámico. Una vez más, el libro ha sido, pues, el medicamento, siempre disponible y a la medida y dosificación voluntaria que cada uno requería. Como ya dijo Xavier Maistre, el mejor viaje también puede estar latente, aguardando, en la propia habitación. Basta con sentarse en la silla y emprenderlo, leyendo. Pero no es de esa beneficiosa terapia de la que se quiere hoy hablar, sino de otra, colindante con la anterior. Su puesta en práctica, por su inesperada cantidad, ha desconcertado, a medida que muchas editoriales francesas, italianas e inglesas han hecho públicos unos sorprendentes datos. La recepción de manuscritos, tras este aislamiento social, ha desbordado cualquier tipo de previsión. Tanto nuevos autores, como escritores ya habituales han colapsado los servicios de recepción y lectura previa. Lo mismo puede añadirse de las casas de autoedición digital. Más allá del valor personal que puedan tener estos documentos escritos expresamente en estos días, lo significativo es la vitalidad expresiva que manifiestan. Frente a la pasividad que encubre la simple lectura, unas personas han decidido experimentar con un grado más activo de terapia. Se han puesto a describir, con su propia mano, su caso: las emociones que han sufrido, los dramas que han visto. Con reflexiones y propuestas que, tras días de encierro, han anotado en sus cuadernos. Es decir, no se han conformado con esperar: han elaborado su propio dictamen que, a su vez, les ha servido de receta, paliativo y medicina. Algunas editoriales se disponen a abrir nuevas líneas y colecciones para dar salida a un material, que antes de salir a la calle, deberá ser filtrado y seleccionado. Pero lo importante ya está conseguido. Porque ponerse a pensar y escribir suponía no dejar el propio destino sólo en manos ajenas. La terapia de la escritura siempre ha estado recomendada. Convendría adoptarla para siempre como indispensable antídoto contra la amplia gama de virus que nos rodea.

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