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La esfera armilar

Alberto P. de Vargas

Terra eterna

COPIO el título de la tercera de ABC del pasado sábado porque no se me ocurre otro mejor al proponerme escribir sobre Andalucía en vísperas de su onomástica. Su autor, el periodista marchenero Ignacio Camacho, evita entrar en detalles políticos, económicos o de alguna otra guisa semejante, para recitar un denso y formidable poema en prosa que es, creo yo, consecuente con un enamoramiento que no se quiere enturbiado por cuestiones menos subjetivas. "Cuando ya nada quede de nosotros -escribe-, cuando nuestra memoria no sea más que una cernudiana piedra sepultada entre ortigas y nuestros sueños apenas una invisible pátina de olvido, cuando de nuestras voces no subsista más que un eco remoto disperso entre la atmósfera de los siglos, seguirá ahí esta sólida tierra ocre dorada por la luz aún fresca de febrero. Cuando nuestros afanes se desvanezcan y nuestras quimeras se deshilachen como una bandera rota por el viento, cuando la logomaquia oportunista de la política se diluya en el tiempo como la estela de un meteoro de vanidades, seguirán de pie los olivos que puntean las colinas de Andalucía como centinelas silenciosos de la Historia". Camacho se mantiene en una fantasía realizada en el intratercio sur de la España peninsular tan hondamente prendido en nuestros corazones que no percibimos el dolor que nos producen sus carencias. En Andalucía contaríamos reacciones con los dedos de una mano y llenaríamos con la autocomplacencia colectiva cántaros inmensos. Terra eterna, eterna espera de no se sabe qué mientras dejamos que pase y se pasee la Historia por delante sin que sus avatares se tengan en cuenta para el negocio de sobrevivir a los acontecimientos. Eterna pasividad de un pueblo creativo que se sucede a sí mismo sucediéndose en sus cosas sin que importe el horizonte que la vista o la imaginación alcance. "Apenas si queda el rastro monumental del pasado, huellas de lo que acaso fuese una oportunidad perdida entre los sustratos de la Historia, pero en los campos que vieron alzarse aquellos blasones permanecen y se renuevan los árboles robustos que modelaron, entonces como ahora, el fondo del paisaje del trabajo y de la vida", continúa nuestro amigo. Padecemos una eterna parálisis inducida por una oligarquía que ha llenado el vacío inocupado por una burguesía ausente que jamás se interesó por ocuparlo, administrando sus recursos a golpe de peonada, abrillantando las panzas de los nuevos caciques y lanzando sus redes sobre pueblos y faunas como hacían los gladiadores en el circo para inmovilizar a sus contrarios: a modo de cloroformo compartido. Y seguramente, la anestesia será eterna también. Como la tierra.

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