Desde la espadaña

Felipe Ortuno

Territorio xerezano

Había yo oído, en archivos clasificados de tertulia tabanquera, que cierto ilustre jerezano aseveraba: “Día fuera de Jerez. Día perdido”. No hay mucho de racional ni en el dicho, ni en el hecho. Nuestra sociedad tan racional, que se mueve (eppur si muove) por los partidarios de un signo u otro, poniendo barrotes a la razón, suele ser fanática y sectaria cuando se trata de la tribu, de sus dogmas o de sus prejuicios, o de éstos convertidos en doctrina segura. El hombre tribal no siempre es libre para pensar, porque para pensar hay que serlo, si no quiere ser un loro de repeticiones sin entender el sentido de lo que dice.

Es preciso aprender a pensar más allá de las emociones y buscar con hambre, que decía Aristóteles, el conocimiento y la verdad. Sócrates, por ejemplo, prefirió ser fiel a su filosofía antes que a su propia vida, y otro tanto hizo Cristo, contraponiéndose ambos al dicho “primum vivere, deinde philosophari”. Quiero decir con esto que se impone descubrir los defectos y prejuicios emocionales con los que vivimos en nuestro grupo social para no incurrir en el salvajismo cateto de creernos más que nadie.

Todos vivimos en una jaula geopolítica llena de prejuicios y calumnias, dando por hecho que unos pueblos son más civilizados que otros. No quiero que haya comparación con El Cuervo, El Puerto, Cádiz o la Sierra, por decir algo. Convendrán conmigo en que hay prejuicios emocionales de superioridad cuando despreciamos con tanta superficialidad a los catetos menos civilizados que no pertenecen a nuestro territorio. Habida cuenta de que dentro de nuestra jaula hay otros cotos reservados de más o menos “caché”.

Todos creamos espacios en torno nuestro, y el mundo global, con tantos y tan avanzados avances, no ha sabido explicar por qué las flechas de los sioux son más salvajes que la bomba atómica de una sociedad tan civilizada. Referente a los espacios, para que no se me vaya el hilo, los salvajes tenían su hábitat, por su puesto, pero consideraban que el mar era universal y el cielo pertenecía al vuelo de las aves. Nosotros con la civilización progresista hemos acotado el espacio salvaje y, ahora, todas las naciones civilizadas tienen su espacio aéreo y sus aguas territoriales. ¿Veis? Hemos creado cotos cerrados, candados, muros y jaulas. ¿Es esta la sociedad global, democrática, abierta y progresista? El sentimiento de pueblo, que nos hace creer que somos mejores que los vecinos, habrá que ponerlo en cuarentena, como al virus; porque, eso sí, todos los pueblos que conozco son iguales en una cosa: “todos se sienten superiores”.

¡Por favor! Aprendamos a reírnos de nosotros mismos. ¡Claro que así se mantienen mejor los sentimientos de los enfervorecidos seguidores del Athletic! Me he preguntado en alguna ocasión si esto de la fe territorial es algo que viene en los genes, como el baile y el compás, que al parecer viene en la sangre. ¿Habrá consignas instaladas en nuestro disco duro? ¿Qué pensará Sabino Arana o Blas Infante o cualquiera de los padres nacionalistas? Habrá que tener cuidado con lo que nace de los sentimientos, que puede llevarnos al neonazismo, a la xenofobia, o cualquier variable. Podemos incurrir en la limpieza étnica, que es algo muy sucio. En fin, quiero decir que la fe en un pueblo es buena cuando se traduce en creativa e integradora; no así las creencias separatistas y excluyentes, a todos los niveles territoriales, que son miopes y necesitan gafas de culo de media botella.

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