HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Tiempo atrás

JORGE Manrique, a los versos que se refieren al pasado como a un tiempo mejor, les añadió "a nuestro parecer" para indicar que es una percepción personal. Los buenos historiadores, y hasta donde es posible sin contaminación, hacen lo que pueden para contarnos el pasado con belleza y verdad, aunque en muchas ocasiones no sea hermoso ni hayan encontrado todos los documentos para afinar la narración. La Historia no es irrefutable. Otros historiadores toman el papel de cuentistas y acomodan el pasado a sus simpatías políticas y, lo que es peor, a su moral. No son historiadores en sentido estricto, sino relatores de historias más o menos verosímiles que los partidos políticos usan en su propaganda, no faltan profesores de instituto que las divulguen ni mentes populares y crédulas, valga la redundancia, que las acepten. Por último, hemos leído a historiadores imprescindibles para conocer épocas lejanas, a los que hay que estudiar con reservas; pues, sin mentir ni hacer historia ficción, contaban el pasado para explicar y aun justificar un presente. Tucídides es un glorioso ejemplo de lo último.

Cuanto más recientes son los sucesos históricos, más insistencia habrá en mentir para ajustarlos a las manías personales. Hay una prueba que no falla y suele coger desprevenido al mentiroso. Si alguien de verdad joven -no más de 25 años- lee esta columna como ejercicio virtuoso, haga una prueba y verá el resultado: pregúntele a un allegado de entre 60 y 70 años, preferentemente progre, cómo vivió entre los 15 y 25, la verdadera juventud sin apelativos. Salvo casos desgraciados, que siempre los hay, comprobará con asombro qué vida tan interesante y divertida. Sin contar aventuras extraordinarias, veréis que tuvo una juventud cumplida. Dará la impresión de que, a su parecer, el tiempo pasado fue mejor; pero pensad y acertaréis que fue igual. Con los matices obligados, las edades juveniles se repiten en todas las épocas y no son más felices en unas que en otras. La intensidad de la dicha humana posible no depende de las costumbres, sino de unos cuantos sentimientos eternos: sentirse querido, por ejemplo.

Cuando haya terminado de contar su historia, preguntadle por la Historia, por su juventud en una dictadura, y se traicionará y contradecirá. Si ha resistido en la progresía, mentirá para no reconocer que ha perdido gran parte de su vida por correr tras ideas equivocadas, hablará mal del pasado para hacer bueno el presente, justificará comportamientos censurables de hoy con el pretexto de que no estamos en el pasado, ahora y a su parecer, peor. Criticar el pasado para que el presente parezca mejor, es tarea inútil pero corriente; criticar el presente para ilusionar con el futuro, labor de retroprogres irredentos. El sentimiento humano más natural es el de Manrique: "a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor." Es así porque la memoria es personal, de donde deducimos que debemos negar la existencia de una memoria histórica.

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