HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Tiempos interesantes

COMO citaba ayer, los tiempos interesantes de la maldición china son aquellos en los que ocurren muchos acontecimientos y casi ninguno agradable, que llevan inseguridad y aun zozobra a las naciones. En los países muy civilizados y bien gobernados nunca pasa nada. Quienes los han visitado, sobre todo si han vivido un tiempo en ellos, cuentan que son tranquilos, no hay sobresaltos y todo funciona a la perfección, pero son muy aburridos, hay un nivel alto de alcoholismo y un número de suicidios alarmante. El bienestar da el temor de perderlo. La dicha humana posible (de la felicidad debemos olvidarnos y buscarla como un bien espiritual que nunca se alcanza del todo) viene acompañada siempre de la sombra de su pérdida, y de ahí que nunca se disfrute plenamente sino a ratos. Por esto los malos gobiernos son un seguro contra el aburrimiento y un freno para la desesperación, pues dan el convencimiento de que no pueden durar demasiado. Los tiempos interesantes distraen pero son incómodos.

Nos gustaría saber por curiosidad malsana qué acontecimientos interesantes ocurrirán en España en los próximos dos años, cómo los gobernantes seguirán naufragando en el golfo de su desatino para aparentar ser de una izquierda radical que hace decenios se extinguió en Europa, y cómo seguirán asustándonos con los fantasmas de un fascismo imaginario, también desaparecido de Europa al mismo tiempos que la izquierda revolucionaria por parecerse ambos demasiado. El pueblo es conservador, como sabemos, y, una vez pasadas las exaltaciones de una revuelta o de una revolución en serio, vuelve a su conservadurismo natural. La política va por otra parte y sigue vías distintas a las de la sociedad real: crea conflictos donde no los hay, promulga leyes que nadie pide o soluciona problemas que no son tales. Si un partido en el poder concibe la posibilidad de perderlo, nos presentará un futuro apocalíptico del que nos salvará.

La constante de la historia moderna de sentirnos salvados a la fuerza de sucesos por venir y males fabulosos es seguramente consecuencia de nuestra historia patria. No recuerdo (Cánovas del Castillo, quizá) qué político del siglo XIX creía imprudente el sufragio universal porque el pueblo era menor de edad. Sigue siéndolo. Se conforma con votar unas listas cerradas, dispuestas por unos pocos, y hacerse la ilusión de ejercer el poder. Luego, considera legítimos a unos representantes que sólo son legales y espera de ellos que paternalmente le solucionen los problemas. El pueblo oye hablar de una sociedad nueva y progresista y se lo cree, cuando la política sólo puede incidir en reformas sociales de segundo orden, no en cambiar la naturaleza humana. La demagogia triunfante quiere convencernos de que nos solucionará unos problemas que ha creado o no existen, o que ya deberíamos haber aprendido a solucionarlos por nosotros mismos.

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