El recrudecimiento de la guerra comercial entre EEUU y China ha puesto de manifiesto la importancia de las llamadas tierras raras, un conjunto de 17 elementos químicos -escandio, itrio y los 15 que forman el grupo de los lantánidos- esenciales en la moderna tecnología civil y militar. Dado que EEUU importa de China el 80% de tales materiales, resulta muy posible que en el futuro sean usados como baza en el enfrentamiento entre ambas potencias.

Lo curioso de estas tierras raras es que paradójicamente no los son tanto. De hecho, se pueden encontrar en cualquier parte del planeta, aunque lo verdaderamente complicado es hallar vetas abundantes en estado puro. El alto coste de prospección, no siempre recompensado con la cantidad de producto obtenido, y el riesgo de que éste, radioactivamente contaminado, resulte inservible, han concentrado su producción en unos pocos lugares (la propia China, Brasil o Vietnam), en los que, además, el impacto medioambiental de la misma -que existe- no parece preocupar demasiado.

Sea como fuere, industrias como la de telefonía móvil, la informática, la aeronáutica y otras muchas precisan en el presente de alguna o de varias de estas tierras raras, monopolizadas hoy, o casi, por el gigante asiático. Si China restringe sus exportaciones, los demás países se verán en la obligación perentoria de descubrir fuentes alternativas.

En España, afirma Manuel Regueiro, presidente del Colegio de Geólogos, existen tierras raras y capacidad para extraerlas, pero ni siquiera se ha intentado. Sólo son reseñables dos iniciativas, una en Monte do Galiñeiro (Pontevedra) y otra en Campo de Montiel (Ciudad Real). La primera se abandonó en 2013. La segunda, encabezada por Quantum Minería, tras la oportuna concesión, fue paralizada por las autoridades de Castilla-La Mancha y está a la espera de resolución judicial. La "alarma social" que arguyen generó el proyecto, a pesar de que, según Regueiro, "no se encontró ninguna afección al medio ambiente", lo mantiene en una inviabilidad más política que técnica.

De ahí, mi reproche: se acercan tiempos complejos en los que no valdrá delegar el trabajo sucio en los demás. Con toda la precaución exigible, en éste y en otros ámbitos, tendremos que empezar a buscarnos nuestros propios recursos. Porque el mundo no se detiene, ni lo van a salvar cuatro idealistas de salón a los que, en el fondo, poco o nada les importa el auténtico interés común.

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