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No hace falta leerse -que sí- las mil páginas de Ana Karenina para citar Tolstoi. Su primera frase da mucho juego: "Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera". Tengo para mí que en esas palabras se viene a decir que ninguna familia es feliz de forma permanente, si no es manera impostada, porque una familia es por definición una amalgama evolutiva de afectos e intereses, que a la postre incluyen el amor seguro y el apoyo incondicional ante los avatares de la vida, pero también el daño y el dolor más íntimos. E inexorablemente, la muerte. O el suicidio, como fue el caso de Karenina, que se tiró bajo un tren. En esta semana hemos asistido a la descomposición repentina de una familia política, el PP, y muchos de los comentarios que se han hecho ante la ruptura de la formación conservadora han aludido a ese tabú, el suicidio, palabra que nace en el siglo XVII: "quitarse la vida", frente a la preexistente homicidio, cuya etimología significa matar a un humano (que no sea uno mismo). Probablemente, en este drama pasmoso hay tanto de suicidio -de Casado o de Ayuso, ya lo veremos- como de homicidio -de Casado o de Ayuso, ya lo veremos-. Hablamos de muerte política; no nos pongamos tremendos, que hoy es domingo.
Sorprende, aunque ya casi nada lo hace ante el alucinante devenir de este país, que el fuego amigo entre hermanos de militancia -no unos cualquiera: los líderes- enfangue el bien superior, la cosa pública. Lo más triste de este episodio no es, que lo es, que se espíen con afán algo mafioso unos a otros, y que los dosieres de manejos sucios o sospechosos de serlo sirvan a causas privadas. Siendo la vocación de servicio público lo que en teoría justifica la existencia de los partidos, y permitan la candidez. Lo peor de todo este tinglado de caínes y abeles es que simboliza una decadencia preocupante, una desoladora incompatibilidad entre vicios privados y públicas virtudes. ¿Están pensando nuestros políticos en nosotros, o la prioridad de su día a día es proteger su propio trasero, el de cada uno y una y sus parientes y afectos? Se llama coste oportunidad a la pérdida en la que se incurre por hacer una cosa y no otra alternativa: por no hacer lo que se debe, en este caso. El problema, tristemente, es que la agenda de demasiados de nuestros políticos tiene mucho de mamoneo privado y no sé si tanto de la obligación debida. Poca o pobre democracia: estos son los bueyes con los que aramos. Ana Karenina no se quiso; éstos se quieren demasiado. Hay clases hasta para suicidarse.
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