Todas las naciones

Pedro Sánchez sólo buscaba quedar bien con todo el mundo, y le ha salido perfectamente al revés

Empieza el curso y tardarán poco mis alumnos más espabilados en mondarse de risa viendo mis desesperados intentos por sacar unas gotas de verdad a algunas intervenciones peregrinas de otros compañeros de clase. Intento enfocarlas para que acaben todas, con alguna ligera torsión, aportando algo. Mi método es mayéutico, pero, a menudo, por cesárea. Últimamente sospecho que los alumnos ya saben de mi empeño en darles la razón, aunque sea un poquito, y me hacen afirmaciones cada vez más rocambolescas por probarme.

Me he acordado porque igualmente trato de sacar siempre algo aprovechable en las declaraciones de los políticos y ahora no sé cómo voy a poder reciclar las de Pedro Sánchez afirmando que "todas las naciones son España": todas, naciones, España, ea. Casi oigo las risitas de los más cínicos diciéndome por lo bajo: "A ver qué haces ahora con eso, tío".

No me valdrá recordar La balada del caballo blanco de Chesterton, cuando Mark, el romano, dice antes la batalla que le dejen donde caiga, porque reposará en tierra romana, ya que todo el mundo es Roma. Una idea paralela la aprovechó Kipling, creo, para decir que donde se entierra un soldado inglés es suelo inglés. Son dos ideas épicas y, por tanto, impermeables al pensamiento de Pedro Sánchez.

Él sólo buscaba quedar bien con todo el mundo: todas las naciones (un guiñito a los nacionalistas) son España (un guiño a los patriotas) y Rajoy no lo sabe ver (un pellizquito al Gobierno). Lo malo es que le sale lo contrario. A los nacionalistas su nación imaginaria les viene a dar igual. Lo único que les interesa es, precisamente, no ser como las demás regiones y no ser España de ninguna manera. Dos ofensas a su sensibilidad, Pedro, por el precio de una pretendida adulación. A los patriotas, el jugueteo con las naciones a voleo y vámonos que nos vamos les repatea. Los pellizquitos a Rajoy, por otra parte, y a estas alturas, son una frivolidad gravísima.

A veces, cuando no logro ver la luz en clase, abro los brazos, suspiro, pongo cara de desolación y reconozco, tras la intervención de un alumno: "Lo siento, pero esta vez no puedo, no puedo…". Sólo suele pasarme a final de curso. Con Sánchez no me ha quedado más remedio que empezar enseguida. Rajoy, sin embargo, está dispuesto a escuchar atentamente y con consensos y hasta comisiones, lo que diga este hombre. Habrá que preguntarse por qué, pues el qué es imposible.

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