Las cosas que pasan

David Fernández

Toreando la realidad

LA huelga del sin querer, la del disculpa que te perdone, la que fracasó el 29-S, pasará a la historia como la primera que pierden los sindicatos, paradójicamente, frente al Gobierno más débil al que se han enfrentado en la historia más reciente de la democracia. La radiografía tras la manifestación por la ciudad y el resto del país no dejó un resquicio a la duda. A las puertas de la UCI, el doctor sentenció, con mala cara: señores de CCOO, señores de UGT, la fractura entre ustedes y los trabajadores es severa y múltiple, ya que han salido a la calle muy tarde y cuando su componenda con el poder resulta inaceptable. Tan malo fue el diagnóstico que los dirigentes socialistas no quisieron entrar en la guerra de cifras para no hacer sangre, pero con tamaña generosidad lo único que lograron es agravar la situación. Los sindicatos, al calificar la jornada como un "éxito", perdieron una gran ocasión para conectar con el personal al actuar como el enfermo que niega la mayor. Lejos de encajar el mensaje y conjurarse para recuperar la calle, intentaron convencernos de que siguen ciegos. Y en lugar de tomar buena nota y reaccionar cuanto antes, se han dedicado a burlar al personal con capotazos bajos del tipo 'el comercio local cerró por iniciativa propia'. ¿A que usted no lo habría adivinado? No hace muchos años, el veterano secretario general local de CCOO, José Manuel Trillo, y su compañero Juan Manuel Naranjo, fueron condenados por un delito contra un derecho de los trabajadores cuando formaban parte de un piquete informativo en plena huelga y ambos solicitaron el indulto con éxito tras ser condenados. Buena parte de la ciudadanía los respaldó de manera unánime porque entonces, no hace tanto, hay que insistir, trabajadores y sindicatos respiraban por la misma herida, sin importar los hechos objetivos. Ambos lo pudieron vivir muy de cerca en Chapín cuando con una pancarta dieron la vuelta al estadio pidiendo el indulto y las gradas clamaron contra su condena. Hoy, en cambio, la distancia entre el obrero y su representante es abismal y CCOO y UGT optan por enrocarse. Y su enfermedad parece ser contagiosa, porque también los políticos suelen ignorar la realidad. A lo sumo, la intentan torear con muy poco arte. A ver quién se atreve ahora a pedir confianza en Chapín tras una pancarta.

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