En tránsito

eduardo / jordá

Transparencia

ANTEAYER entré en un café y me encontré a varios parroquianos absortos en el juicio a los padres de Asunta Basterra. Mientras removía un cortado, la madre de Asunta lloraba desesperada en la televisión, porque el fiscal acababa de enseñarle las fotos del cadáver de su hija. Luego la oí decir, sollozando: "Yo no maté a mi hija, yo no maté a mi hija". Por lo que he leído, este juicio se retransmite porque el juez del caso se empeñó en que se garantizase la "transparencia" de todo el proceso. Y los mismos argumentos sirvieron hace unos años para retransmitir el juicio a José Bretón, acusado de haber matado a sus dos hijos en Córdoba. La transparencia, todo por la transparencia.

Quizá no haya un concepto más engañoso -y totalitario- que éste de la transparencia, que hasta hace poco sólo se usaba como término óptico. Comprendo que se promueva la transparencia en todo lo que concierne a los contratos administrativos y al oscuro funcionamiento de la política, pero trasladar ese concepto a otros ámbitos de la vida puede tener consecuencias funestas. Porque, vamos a ver, ¿qué derecho tenemos los parroquianos del café a contemplar el juicio de los padres de Asunta? ¿Tenemos derecho a verlos llorar, gemir, mentir, inculparse, decir tonterías o balbucear sobre sus manías y sus trapos sucios? Y sobre todo, ¿qué pasa con la pobre Asunta? ¿No tiene derecho, aunque esté muerta, a preservar su intimidad? ¿Y no tiene derecho a que ninguno de nosotros meta sus sucias narices en su desdichada muerte?

No nos damos cuenta del peligro que tiene esa estúpida obsesión por la transparencia en todos los órdenes de la vida, porque se está instalando entre nosotros una predisposición suicida hacia el totalitarismo que debería ponernos los pelos de punta. En la Alemania nazi y en la Rusia soviética los juicios se filmaban para que nadie pudiera tener dudas del destino que esperaba a los disidentes y a los "enemigos del pueblo". Y la gran conquista de la civilización -y por tanto de la democracia- ha sido garantizar nuestro derecho a vivir a salvo de todas las intromisiones en nuestra vida privada y en nuestra conciencia. Pero aun así, vamos acostumbrándonos a vivir en una sociedad en la que todo el mundo se cree con derecho a escudriñar la ropa sucia de los demás. Y de ahí a vigilar y a controlarlo todo sólo media un paso. Y es muy corto.

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