La tribuna

nacho Asenjo

Trenes que chocan; destinos cruzados

AQUEL tren no descarriló en una curva por exceso de velocidad. Chocó contra otro tren, frente a frente, sobre un viaducto, en julio de 2011. Tres vagones, llenos de pasajeros, volcaron y cayeron 20 metros, hasta el suelo, mientras un cuarto quedó colgado en el aire. 40 personas murieron. En lugar de una intensa cobertura mediática, hubo un silencio casi absoluto. Después de que se emitieran los primeros reportajes, las autoridades prohibieron cualquier información al respecto. La noticia no ocupó la portada de ningún periódico.

Este accidente ocurrió en China, en Wenzhou, al sur de Shanghai, en la línea de alta velocidad más larga y rápida del mundo. Un rayo golpeó una caja de transmisiones fabricada por una empresa estatal china y la averió, aunque la falta de formación del personal y la intensidad del tráfico también ayudaron a crear las fatales circunstancias. La causa profunda fue una expansión imprudentemente acelerada de la red ferroviaria del país: en 2003, se le había atribuido al Ministerio de Ferrocarriles el objetivo de construir 12.000 km de vías de alta velocidad, más de las que existían en aquel momento en todo el resto del mundo.

El ministro a cargo de este ambicioso plan, Liu Zhijun, solía decir que para que "un gran salto adelante" fuera posible "una generación entera" debía ser "sacrificada". Sin controles ni reglas, un verdadero ejército se afanaba 24 horas al día. Mientras tanto, esas cantidades ingentes de dinero usadas sin controles permitían el enriquecimiento de gente como Liu.

En 2008, cuando estalló la crisis internacional, Pekín consideraba ya seriamente la necesidad de cambiar su modelo de crecimiento, basado en las exportaciones, la inversión pública, los sueldos bajos y un yuán artificialmente bajo. Los lideres chinos querían avanzar gradualmente hacia una economía cuyo motor fuera la demanda interna, con una subida progresiva de los sueldos, una fuerte expansión del Estado del bienestar y un yuan más fuerte. Este cambio de modelo implicaba un sector público menos intrusivo, que fuera un regulador de la economía y no su actor principal.

La crisis de 2008 desbarató en parte estos planes. China se embarcó en una monumental campaña de inversión pública para compensar la caída de la demanda exterior y se dobló el presupuesto para las líneas de alta velocidad. El crecimiento económico del gigante asiático se mantuvo por encima del 9%. Otra consecuencia de esa gran inversión se conoció el pasado 8 de julio, cuando el ex ministro Liu, chivo expiatorio de un sistema fallido, fue condenado por corrupción, mala praxis y abuso de poder, aunque se libró de la pena de muerte. Por otra parte, China tiene ya cerca de 10.000 kilómetros de líneas de alta velocidad, que fueron usadas por 1,3 millones de pasajeros en 2012.

El Gobierno chino actual, que lleva apenas cuatro meses en el poder, quiere avanzar con más decisión por la senda abierta por el Gobierno anterior, hacia una economía en la que la demanda interna y una inversión privada regulada por el Estado reemplacen a las exportaciones y una inversión pública descontrolada. Se encuentra, sin embargo, con grandes obstáculos en su camino. Para empezar, las reformas conllevarían un menor crecimiento a corto plazo, con los consiguientes efectos en el empleo y la estabilidad social. Además, las autoridades locales gozan en China de un grado de autonomía informal muy elevado y Pekín no acaba de ser capaz de imponerles sus medidas. Las autoridades locales, financiadas por préstamos de bancos públicos a tipos "especiales", contribuyen mucho a la inversión desenfrenada en el país y recurren a todo tipo de tretas para saltarse las directivas de moderación emitidas por la capital. Por último, el Gobierno no tiene el control directo de las grandes empresas estatales, cuyos dirigentes presionan para que se mantenga la política de alta inversión pública de la que tanto se benefician.

Todo esto es crucial para nuestro país. Nuestro Gobierno ha apostado por políticas de desendeudamiento público y privado que deprimen la demanda interna y mantienen la presión a la baja sobre los sueldos. Diríase que el plan es confiar en que algún día la demanda exterior sea capaz de tirar del carro de la economía. Yo mismo sería el primero en discutir la seriedad de este proyecto, pero para que tenga alguna posibilidad de éxito es necesario que grandes potencias exportadoras como China cambien de perfil y generen cada vez más demanda. La reducción que está experimentando nuestro enorme déficit comercial con China es, por extraño que parezca, una noticia acogida con satisfacción por ambas partes. Se puede decir que tenemos destinos cruzados.

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