¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

Trinos vallecanos

RECONOZCAMOS primero, y no sin rubor, que nos gustan las canciones de Silvio Rodríguez. En nuestro descargo diremos que también nos placen las marchas militares y el Cuatro rosas de Gabinete Caligari. El sapiens es un homo complejo y contradictorio y no hay nada más terrible e inhumano que la coherencia cerrada de la que algunos presumen con gesto profesoral. Sin embargo, nunca olvidamos que Silvio Rodríguez es la cara almibarada de la dictadura comunista cubana, aunque se adorne con un amable tono libertario y crítico. Es importante conocer las trampas de nuestros propios vicios, porque si no corremos el riesgo de convertirnos en sus marionetas, en carne manipulada.

Hace unos años estaba de moda decir que era importante viajar a Cuba antes de que se muriese Castro, el macho alfa de la progresía americana y española. Nunca entendimos muy bien -y preferimos no hacerlo- el significado exacto de esa recomendación. Nosotros ya habíamos estado en el tardocastrismo gracias a la lectura de la Trilogía sucia de la Habana, de Pedro Juan Gutiérrez, y lo único que vimos fue miseria, desesperación y violencia latente. Comparamos aquella ciudad en ruinas con la fulgurante y cosmopolita urbe prerevolucionaria que describe Cabrera Infante en La Habana para un infante difunto y todo nos parece deprimente.

Silvio Rodríguez dio un concierto gratis el pasado miércoles en Vallecas. Al parecer, al igual que Susana Díaz, está muy preocupado por el sufrimiento del pueblo español debido a la crisis y ha querido aliviar su dolor con las notas de su guitarra y sus agudos trinos lanzados al transparente aire madrileño. Se le agradece el gesto caritativo y no dudamos de sus buenas intenciones, como tampoco lo hacemos cuando las señoras de Serrano se aplican en las beneficiencias de sus rastrillos. No obstante, creemos que el autor de Ojalá podría dar un paso más en su compromiso con la causa de la humanidad. Podría, por ejemplo, denunciar la situación de su propio país, subrayar cómo día tras día se pisotean los derechos más elementales, tanto políticos como económicos. Le van quedando ya pocos años a Silvio Rodríguez para reaccionar y evitar, aunque sea en el último minuto, pasar a la historia como un compañero de viaje de la última (¿o penúltima?) dictadura americana. Sólo un gesto le redimiría y, de paso, conseguiría que algunos, cuando escuchemos sus canciones, no sintamos esa incomodidad clandestina, ese leve pero evidente rubor.

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