las cosas que pasan

David Fernández

Triste Navidad

LA crisis marca la economía doméstica y la gestión municipal como se ha visto, por ejemplo, en la iluminación del centro, menos brillante que antes y sin ni siquiera exhibir motivos navideños en algunas de sus arterias principales. No queda gasolina en el depósito, se justifican los gobernantes, y como bálsamo subrayan el importante ahorro. Muchos contribuyentes lo agradecerán, en ello confían, pero los comerciantes igual no tanto. La depresión es tan profunda y contagiosa que las comidas de empresa y amigos han caído un 25%. "La gente no viene ni aunque la invites", expone un veterano hostelero con resignación. Y es cierto, ya no se acude con la alegría de antes a estos encuentros porque no hay confianza en poder corresponder a la larga pagando. Como si nos lo hubiese recetado el médico, con la disciplina de un legionario, hemos pasado del menú a 50 euros con café, pestiños, copa y el marisco por adelantado, a quedarnos en casa consolándonos con el tremendo ahorro. No hay término medio, del disparate a la casi nada. Unos porque acabaron con la reserva hace tiempo, y otros por si acaso. Ya ni el sonido ambiente que antaño formaba parte de la banda sonora de la Nochebuena llega a nuestros oídos. También se ha suprimido por decreto. Villancicos, coplas, romances y fiestas por bulerías que animaban el centro en la Navidad sólo se viven ahora en las zambombas -menos mal- y en los locales de restauración y ocio. En Sevilla, sin ir más lejos, la política ha sido la contraria, en alianza con el comercio. Han mejorado el alumbrado -sin invertir mucho más- y aumentado las líneas de autobuses que llegan al centro. El éxito es tan celebrado que los comerciantes, que sí van todos a una cuando deciden abrir un festivo, comparan la afluencia de público en la actualidad con la de la Semana Santa. Allí, los Reyes Magos se anuncian tomando el sol como reclamo turístico. Y allí, los comerciantes también financian el alumbrado. Aquí, Melchor, Gaspar y Baltasar temen que el día 5 de enero, a la vista del presupuesto a la baja, la Cabalgata no esté a la altura. Confiemos en que los niños sigan creyendo en ellos tras el desfile, no vaya a ser que decidan quedarse despiertos para darle ánimo a sus majestades. Tan triste suena esta Navidad, que parece que en lugar de madroños, como indica el villancico, le estuviesemos dando al Niño aceite de ricino.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios